Blog creado, en un principio, para poder aprender a utilizarlo como herramienta didáctica.
lunes, 28 de octubre de 2013
MENS MENTIS: mente
ALMA -AE : alma
MENS MENTIS: mente
Mens sana in corpore sano
Vamos ahora a parar mientes en la palabra mente, que procede de la latina MENTEM tras la caída de la –M final. Siguió su evolución y resultó en su momento MIENTE, porque el diptongo IE es la solución de la E breve y tónica en castellano, pero esta forma, que estuvo vigente hasta nuestro Siglo de Oro, cayó pronto en desuso, y hoy apenas se usa como arcaísmo en expresiones como pasársenos algo por las mientes o parar mientes,que significa prestar atención. Nos encontramos, pues, con que la forma que ha perdurado no es el término patrimonial, que sería miente, como tenemos in mente, sino el cultismo mente.
De ahí derivan el adjetivo mental y los sustantivos mentalidad, mentalismo, y mentalista pero también el verbo mentar y el sustantivo mención y su verbo mencionar.
Vamos a considerar dos compuestos que significan “privado de inteligencia y de cordura”. Ambos tienen un prefijo privativo: en un caso DE- y en el otro VE-. Se trata de demente, y su familia demencia y demencial, que usamos muchas veces con el significado de locura, por ejemplo en la expresión demencia senil, y vehemente, que propiamente significa impulsivo, impetuoso, y su familia vehemencia.
Mención aparte merece, por lo curioso que resulta, el nombre parlante o significativo Mentor, nombre propio en su origen del consejero de Telémaco, el hijo de Odiseo/Ulises, derivado de la misma raíz indoeuropea quemente, que se ha convertido en nombre común, lo mismo que le sucedió a Mecenas. Un mentor es una persona que aconseja y protege a otra, un hombre con experiencia de la vida, además de un verdadero amigo, un maestro en suma que aconseja a un joven. En la Odisea de Homero, es la propia diosa Atenea, que encarna la sabiduría, la que adopta varias veces la figura de Mentor, viejo amigo de la familia al que el héroe había confiado la custodia de sus intereses cuando partió para la guerra de Troya, para acompañar y guiar a Telémaco.
La diosa Atenea, transformada en Mentor, guiando a Telémaco, dibujo de John Flaxman.
La pervivencia de esta palabra puede rastrearse en la obra “Las aventuras de Telémaco” del escritor francés F. Fénelon, publicada en 1699 y muy popular durante el siglo XVIII, donde se dibuja el carácter de este personaje.
Otro de los compuestos más curiosos es mentecato que procede de la expresión latina MENTE CAPTUS que literalmente significaba “cogido de la mente”, es decir, que no tiene toda la razón. Y de este mentecato salen ya la mentecatería y la mentecatez.
Un compuesto interesante es comentar, que procede del verbo COM-MENTARI, y que con el prefijo COM- significa aplicar la inteligencia a algo.
Pero quizá el derivado más chocante sea el verbo mentir, que ya existía en latín MENTIRI, y que en principio significaba inventar, imaginar, derivando después a su significado más conocido de no decir la verdad y, por lo tanto, engañar. De ahí derivan todas las mentiras, los mentirosos y las mentirijillas.
Si les damos un repaso a las lenguas romances, observamos que en castellano, gallego, portugués e italiano decimos mente, en catalán se dice ment, en francés se utiliza otra palabra de origen latino para la mente como por ejemplo esprit, pero se usa -ment como terminación adverbial y el adjetivo mental, que también existe en inglés por influencia francesa mental, mentality, y en rumano tenemos minte. En inglés, pero de origen indoeuropeo y no latino, relacionado con MENTEM tenemos mind.
De la misma raíz indoeruropea de la que viene mente, que era *mN, con archifonema nasal, unas veces resultamen- como en mente, y los derivados que hemos visto hasta ahora, pero otras veces puede resultar mem-como en MEMORIAM, que es el origen de nuestra memoria tan injustamente desprestigiada por los modernos sistemas de enseñanza, de la que no podemos olvidarnos alegremente sin caer en el síndrome de Alzheimer y convertirnos en unos desmemoriados que han perdido el memorial de su memoria histórica.
De la misma raíz indoeruropea de la que viene mente, que era *mN, con archifonema nasal, unas veces resultamen- como en mente, y los derivados que hemos visto hasta ahora, pero otras veces puede resultar mem-como en MEMORIAM, que es el origen de nuestra memoria tan injustamente desprestigiada por los modernos sistemas de enseñanza, de la que no podemos olvidarnos alegremente sin caer en el síndrome de Alzheimer y convertirnos en unos desmemoriados que han perdido el memorial de su memoria histórica.
Del verbo MEMORARE, que en latín significaba recordar, hemos heredado los compuestos conmemorar yrememorar, concurriendo este último con su término patrimonial remembrar. Quizá convenga detenerse un momento en la evolución de REMEMORARE, que con la pérdida de la –E final de los infinitivos quedó en castellano REMEMORAR. Este cultismo evolucionó tras la pérdida de la vocal interior pretónica O a REMEMRAR, surgiendo una B epentética para permitir su pronunciación: REMEMBRAR, fenómeno que podemos observar en otras palabras como HOMINEM>hombre (pasando por omre en castellano viejo) o FEMINAM>hembra .
En relación con la memoria se utiliza a veces en castellano el latinajo memento (mori), que en su forma simple como imperativo que es del verbo MEMINISSE significa sólo recuerda y la expresión completa recuerda que mueres, que eres mortal, ten in mente el hecho de la muerte, tu mortalidad, uno de los tópicos del arte barroco relacionado con el de la fugacidad de la vida y los del carpe diem y el tempus fugit. Se cuenta que estememento mori era la frase que se repetían los monjes trapenses cada vez que se encontraban. También se denomina así a la calavera, símbolo de la muerte, que nos advierte de nuestra condición mortal en el arte barroco. Igualmente dentro de las partes de la misa se habla del memento de los vivos y el de los difuntos. Del verbo REMINISCI, relacionado con MEMINISSE, tenemos en castellano reminiscencia, que suele ser un recuerdo un tanto vago e impreciso, pero remembranza al fin y al cabo.
Hemos de tener en cuenta entre los derivados de MENTEM el numerosísimo grupo difícil de inventariar, porque es un procedimiento gramaticalmente vivo, de adverbios de modo y manera que acaban en –mente. Quizá su origen haya que buscarlo en expresiones adjetivas que ya existían en latín clásico y que se utilizaban en caso ablativo para indicar circunstancias modales: sincera mente, por ejemplo en este verso de una comedia de Plauto (Bac. 509): ego animum mente sincera gero, donde Mnesíloco le dice a su padre que lleva bien su ánimo “con mente inalterada”. En estos casos, por cierto, el adjetivo (“sincera” en el ejemplo) concuerda en género femenino, número singular y caso ablativo con el sustantivo mente: con mente sincera, inalterada… No poco curioso resulta por otra parte el origen del adjetivo sincero, dicho sea de paso, que, como apunta Marouzeau, significa “sin cera” y alude a la miel pura que elaboran las abejas, sin adherencias de cera.
Los adverbios en –mente, como sinceramente tienen dos acentos, el del adjetivo y el del sustantivo, porque aunque se escriban como una sola palabra siguen sintiéndose como dos. No sólo abundan en castellano, sino también en gallego, portugués, catalán, francés e italiano.
Siguiendo con la raíz indoeuropea *meN, hay que decir que presenta una variante con vocalismo O, que es *moN, de donde surge en latín el verbo MONEO aconsejar, que nosotros conservamos en monitor, con el sufijo –TOR de agente masculino: aquel que nos aconseja, y en los compuestos premonición, con el significado de advertencia previa que le da el prefijo PRAE-, y admonición, que viene a ser un sinónimo de aviso, sin olvidaramonestar y amonestación, que efectivamente son advertencias o avisos con una recriminación añadida. De esta misma raíz procede monumento con el significado de recuerdo, generalmente de algún muerto, testimonio, memorial…
Merece la pena detenerse un poco en un curioso derivado del verbo MONEO que es moneda, procedente de MONETAM, uno de los sobrenombres de la diosa Juno: Iuno Moneta, algo así como Juno la consejera. Junto al templo que se levantaba en Roma de Iuno Moneta se acuñaba la moneda, que es la evolución de MONETAM tras la caída de la –M final y la sonorización castellana de la -T- intervocálica, que se convierte en -D-, conservándose en castellano en adjetivos cultos como monetario, que evoluciona a su vez por la vía popular al término patrimonial monedero, donde se guardan las monedas.
En relación con esta misma raíz tenemos MONSTRUM en latín clásico, que dio en castellano la forma ya en desuso, mostro, y en latín vulgar MONSTRUUM que evoluciona a monstruo, que viene a ser un prodigio que señala la voluntad de los dioses, por la creencia de que estas monstruosidades eran advertencias o amonestaciones divinas, de donde deriva el significado de algo extraordinario y sobrenatural, y relacionado con esto el verbo MONSTRARE, indicar la voluntad divina en primer lugar, y en fin simplemente mostrar, demostrar, muestra, muestrario.
Aunque a primera vista parezca que no guardan mucha relación, las musas, hijas de Júpiter/Zeus y de Memoria/Mnemosine, divinidades que presidían las artes temporales, con la música y su murgas en primer lugar como la más significativa, pero también las bellas artes o espaciales, cuyas obras se atesoran en losmuseos que llevan su nombre, las musas también derivan de la raíz *moN, mas el sufijo –twa-.
La raíz indoeuropea, que hemos visto bajo sus formas *meN y *moN puede presentar en griego sobre todo la forma que se denomina grado cero *mN, dando origen a algunos helenismos relacionados con la memoria que conservamos en castellano: como amnesia, con prefijo privativo a-, de donde también deriva amnistía, con el significado de perdón, y mnemotécnico y mnemotecnia, el procedimiento que nos ayuda a recordar algo mediante alguna asociación mental.
El título que le hemos puesto a esta entrada (“Mens sana in corpore sano”) es una frase muy manida, sacada de un hexámetro de Juvenal, que casi siempre se ha entendido mal, en el sentido de que hay que cultivar la inteligencia a la vez que el cuerpo. El contexto del dicho de Juvenal es “Orandum est ut sit mens sana in corpore sano” (Iuv. 10, 356), que propiamente significa: “hay que pedir a los dioses que haya (que nos den) una mente sana en un cuerpo sano”. Dice el poeta que el hombre verdaderamente sabio no pide al cielo más que salud, en el sentido amplio de la palabra: mental y corporal. Sin embargo suele citarse esta expresión para indicar que la salud del cuerpo es condición indispensable para la salud del alma, y que hay que esforzarse por lo tanto en cultivar la mente tanto como el cuerpo.
La raíz indoeuropea, que hemos visto bajo sus formas *meN y *moN puede presentar en griego sobre todo la forma que se denomina grado cero *mN, dando origen a algunos helenismos relacionados con la memoria que conservamos en castellano: como amnesia, con prefijo privativo a-, de donde también deriva amnistía, con el significado de perdón, y mnemotécnico y mnemotecnia, el procedimiento que nos ayuda a recordar algo mediante alguna asociación mental.
El título que le hemos puesto a esta entrada (“Mens sana in corpore sano”) es una frase muy manida, sacada de un hexámetro de Juvenal, que casi siempre se ha entendido mal, en el sentido de que hay que cultivar la inteligencia a la vez que el cuerpo. El contexto del dicho de Juvenal es “Orandum est ut sit mens sana in corpore sano” (Iuv. 10, 356), que propiamente significa: “hay que pedir a los dioses que haya (que nos den) una mente sana en un cuerpo sano”. Dice el poeta que el hombre verdaderamente sabio no pide al cielo más que salud, en el sentido amplio de la palabra: mental y corporal. Sin embargo suele citarse esta expresión para indicar que la salud del cuerpo es condición indispensable para la salud del alma, y que hay que esforzarse por lo tanto en cultivar la mente tanto como el cuerpo.
domingo, 15 de septiembre de 2013
CULTURA
La cultura tiene sus raíces en la tierra
Kultur, kultura, culture, kulturo, Κουλτούρα, cultuur, cultură… son diferentes maneras de denominar lo que nosotros llamamos ‘cultura’
La primera acepción que el diccionario nos da para este término es la de cultivo. En verdad, el término procede (como tantos) del latín cultura y hace referencia al verbo latino colo. Este verbo viene a significar cuidar.
En
la antigua Roma, por supuesto, cuidaban las tierras que ofrecían el
sustento para la familia de cada uno (el hogar) y para la familia de
todos ( la res publica). Debían aplicar cuidadosamente todo el
saber aprendido para obtener tan valioso tesoro: los alimentos. Este
saber englobaría supuestos basados en la técnica y a su vez en la
superstición.
Precisamente el dominio de las tierras y del “cuidado de éstas” movió la primera guerra mundial entre los hombres del mundo conocido: Roma ansió el dominio de las fértiles tierras sicilianas y su producción de grano.
Sin embargo, la última de las acepciones que nos indica el diccionario está vinculada al culto religioso.
En efecto, los primitivos romanos cuidaban de las tierras con
veneración. No sólo significaban alimento. Convertidas en recinto
sagrado (munus), aquellos romanos enterrarían en las tierras de su propiedad, los restos de sus antepasados. Así, sería el lugar donde el paterfamilias
iba a reposar eternamente y para ello, deberá asegurarse un primogénito
que garantice su descanso. El primer varón será el responsable de velar
por la correcta realización de los ritos familiares secretos para
venerar a los ancestros. Con lo que la herencia de la tierra implicaba
necesariamente el culto a los antepasados familiares allí enterrados.
¡Pobre Tiberio Graco! apaleado, lanzaron su cuerpo sin vida al río; al
negarle la sepultura, le infringieron el peor de los castigos:
condenaron a su espíritu a vagar sin descanso por siempre. Mucho debió
sufrir Ovidio su destierro, exiliado en el lejano Ponto, jamás su
espíritu encontraría la paz.
Es
más, para la fundación de cualquier ciudad, era necesario, en primer
lugar, delimitar su recinto sagrado. Rómulo lo marcó con un arado,
cavaron un pequeño foso en su interior y allí, tanto él como la comitiva
de patres presentes, lanzaron un puñado de tierra procedente del
lugar sagrado donde cada uno, en su respectiva patria, tenía enterrados
a sus antepasados. Se establece así el vínculo definitivo con la nueva patria. Tuvo la osadía Remo, su hermano, de burlarse de estos asuntos tan serios y lo pagó con su vida.
Por
otra parte, los romanos también “cuidan” los dioses, se les rinde culto
para que sean benévolos con la cosecha de los campos y con la cosecha
de “suertes” para los humanos. En este sentido, los romanos fueron muy
estrictos en sus ritos, que se traduce en piadosos, como lo entiende John Scheid, dentro de una religión muy cultual. El culto
en sí mismo, es decir, la forma en la que se realizan los ritos es lo
que realmente importa en toda ceremonia: se debe emplear las palabras
justas, los gestos apropiados, el lugar adecuado… y sólo unos pocos –
muy selectos dentro de la alta clase social- tendrían el privilegio de
conocer este secreto formato e interpretar la voluntad de los dioses (y
de paso, decidir el futuro de Roma) establecidos en 12 colegios
sacerdotales para atender los cultos religiosos..
Hasta aquí, el diccionario nos ha relacionado la cultura con el cultivo de la tierra y con el cultivo de los dioses. Pero eso no es todo: -cultura es un gran sufijo. La apicultura, avicultura, piscicultura, ostricultura, colombicultura y cunicultura, … entre otras y, con gran tradición, nos anima a que cuidemos de los animales. También, gracias a la puericultura podemos cuidar de nuestros más pequeños. El cultor era el que adora o protege. De ahí que el agricultor adorase a los númenes con la misma vehemencia que se encargaba de sus campos. Y con la agricultura, volvemos otra vez a cuidar de los productos que nos ofrece la tierra: floricultura, fruticultura, horticultura, oleicultura, olivicultura…
Gran afición tenía el gran Cicerón por todas esas actividades agrestes. Amaba sus inspiradoras tierras de Tusculum, donde se retiró a escribir prosa y poesía. Precisamente allí, en el año 46 a. de c, dos años antes de su muerte escribiría, Tusculanae disputationes,
donde resulta ser el primero en establecer la metáfora del campo con
las actividades y virtudes humanas empleando el término cultura como “cultura animi”,
en su libro segundo. Entendemos, entonces, la segunda acepción que nos
da el diccionario de la Real Academia Española cuando dice que “cultura” es un conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico.
Por último, el diccionario menciona un uso colectivo del nuestro término definiendo la cultura como un conjunto
de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo
artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc. Así, podemos aplicar el término a la cultura micénica,
para hacer referencia a la civilización prehelénica del final de la
Edad de Bronce, de la misma manera que Claude Chastagner puede hablar
de “la cultura del rock” surgida entre la década de 1950 y 1960
para referirse a una juventud occidental que construye un universo con
leyes, códigos y valores propios alrededor de una música nueva e
intensa: el rock.
Con todo, podemos afirmar que, si la incultura
es precisamente la negación de todo lo anterior, tanto en el plano real
como en el figurado, entonces debemos rechazarla y condenarla. Pues
significa que estamos negando la capacidad de cuidar la tierra, de
cuidar lo sagrado, de cuidar nuestro ánimo y de nuestra comunidad.
Por
ello, el “reto de la cultura” debe contemplar una apuesta que garantice
una Educación capaz de llenar a a las personas de todos estos
conocimiento y experiencias – con aurea mediocritas- no sólo en la parte de las destrezas técnicas, sino también en las del ánimo.
Tomado de blog mirabile visu
lunes, 2 de septiembre de 2013
OS ORIS : boca
Boca se decía en latín clásico OS,
palabra de la que sólo nos han quedado algunos cultismos en español, como por
ejemplo el diminutivo ósculo, literalmente “boquita”,
usado con el significado de beso respetuoso o afectivo que se da con la boca
cerrada, o el curioso verbo oscilar, que significaba moverse o
balancearse como hacían los OSCILLA,
o mascarillas que se colgaban de los árboles como ofrenda a varias divinidades, sobre todo al dios Baco
en relación con la cosecha de las viñas. Los OSCILLA eran por lo tanto boquitas
o, tomando la parte por el todo, caritas. Como los OSCILLA
se movían cuando soplaba el viento, el verbo OSCILLARE pasó a significar moverse por efecto del viento, y de ahí
nuestro oscilar y nuestras oscilaciones.
La raíz OS se convierte en OR-
modificada en función de la aplicación de lo que se conoce como ley del
rotacismo, por la que una –S- entre vocales se convertía en –R-, por ejemplo rus en singular, el campo, y
rura, en plural, los campos, de donde tenemos los adjetivos rústico y rural. El plural de OS, como neutro que es, era *OS-A, que por el rotacismo pasó a OR-A. De ahí procede el cultismo oral, relativo o
concerniente a la boca; orificio,
utilizado por extensión para cualquier abertura o agujero, y el verbo orar
con su significado de “hablar por la boca y pedir algo” y su numerosa corte de derivados
como: orador, oratoria, oratorio, oración, oráculo, adorar,
e inexorable, uno de esos palabros que tanto gustan a los políticos, un imble, como los llama Rafael Sánchez
Ferlosio a los adjetivos que empiezan por “in”, que es el prefijo
negativo, y que acaban por “ble”, sufijo
que significa que algo puede ser y que es susceptible o digno de algo, pero que al estar negado
por el prefijo resulta que no, que es imposible, que
es el paradigma de todos ellos. Inexorable: que no se puede
conseguir con ruegos oratorios
y por lo tanto es
inevitable.Gustan nuestros políticos de convertir estos adjetivos que
les son tan gratos en adverbios en -mente, con lo cual crean unas
palabras inexorablemente largas y monstruosas, cuyo
significado último es que la realidad es como es y que las cosas son
como son y que ellos no van a cambiarlas.
Pero nuestra boca, la castellana,
catalana, gallega y portuguesa, no
viene del culto OS, sino de la palabra latina más vulgar BUCCAM, de donde proceden también el francés bouche, el italiano bocca y boccata, y el rumano bucal.
La evolución de BUCCAM es muy sencilla: Tras la pérdida
inexorable
de la -M final de los acusativos latinos, que sólo conservamos en
latinajos como currículum, referéndum, médium y demás, BUCCA, la U breve y tónica cambió su timbre a
O, BOCCA, y la C geminada se simplificó,
BOCA.
Como derivado culto de BUCCAM tenemos el adjetivo bucal,
palabras patrimoniales tenemos muchas más, como por ejemplo bocado
y bocadillo,
que, como diminutivo de bocado, significaba en principio pequeña
porción de comida, y que hoy en día entendemos siempre metido en un panecillo
abierto en dos mitades. El término coloquial bocata -¿tomado del italiano boccata?- que vale por bocadillo también procede en último término de BUCCAM.
Bocanada es otro derivado
de boca,
que en principio alude lo que se puede tener en la boca, líquido, humo
o, simplemente, aire fresco.
El verbo boquear significa en
principio abrir la boca, aunque también puede connotar expirar, es decir, llegar
al final porque uno lo hace por última vez.
El boquerón, también llamado
bocarte, es un pez similar a la
sardina, aunque más pequeño, con el que se preparan las anchoas cuando se mete
en salazón, y que se denominó así por su gran boca un tanto desproporcionada
con el resto del cuerpo.
Un boquete es una brecha o
rotura en una pared o muralla, una boca que se le abre a algo,
metafóricamente hablando.
Boquilla es un diminutivo
de boca,
con varios significados relacionados con instrumentos musicales o con el
tabaco, entre otros.
Un bocazas es alguien que
habla por los codos, más de lo que aconseja la discreción, alguien en
definitiva que no tiene en cuenta que por la boca muere el pez y que en
boca cerrada no entran moscas. Es preciso hacer apología del silencio
en un mundo tan ruidoso como en el que nos ha tocado vivir.
El verbo abocar también deriva de
boca. Tenía un significado primitivo de derramar el contenido de un
recipiente en otro, para lo que es menester arrimar las bocas de ambos, y
de ahí ha desembocado en acercarse
a la supuesta “boca” de algo, por
ejemplo en una frase como: Muchos jóvenes
están abocados al paro.
Otro verbo derivado de BUCCAM es embocar,
que en principio significa tragar algo con la boca,
y su contrario desembocar,
que significaría salir como por una boca, como hacen los ríos cuando desaguan
en otro río, en un lago o en la mar salada.
Desbocar es otro verbo
que se utiliza sobre todo cuando se habla de caballos desbocados, es decir, que
no obedecen al freno que se les pone en la boca.
De bucca probablemente
existió en latín vulgar un adjetivo *bucceus o *buccius “relativo a la
boca”,
que aunque no está atestiguado, explica el origen de nuestro bozo, el nombre del vello que apunta sobre
el labio superior de los jóvenes antes de salirles la barba, y, derivado del bozo sería
el
bozal, que se les pone por ejemplo a los perros para que no muerdan,
con lo que se les tapa la boca.
Embozar sería cubrir la
parte inferior del rostro, de ahí que el embozo de la sábana de la cama sea
la doblez que toca al rostro, propiamente a la boca. Y de ahí no hay ya
más que un paso para explicar el significado de rebozar: cubrir y por lo
tanto ocultar el rostro con la capa o el manto, y, pasando a la gastronomía, recubrir un
alimento con huevo batido, harina, pan rallado, miel, y un largo etcétera.
Hay además en nuestra lengua
numerosos compuestos cuyo primer elemento es la boca que nos ocupa: bocacalle,
bocamanga o boquiabierto, que no necesitan mucha explicación.
Posiblemente, la palabra buche,
con el significado habitual de bolsa o papo que comunica con el esófago de
las aves donde se reblandece el alimento, y, por extensión, estómago en general,
y sus derivados embuchar y desembuchar podría derivar también de ahí.
En Roma se encuentra una de las
bocas más célebres del mundo, la Bocca
della Verità, es decir, la boca de la verdad. Un rostro de
mármol en forma circular ubicado en la iglesia medieval de Santa Maria in Cosmedin, ante el que hacen cola los turistas que
visitan la ciudad eterna para hacerse la típica foto metiendo su mano en la boca. La máscara, que tiene un diámetro de algo
más de un metro y medio, data del siglo I, y representa un rostro masculino con
barba en el cual los ojos, la nariz y la boca están perforados y huecos. Probablemente
este mármol fuera una fuente o la tapa de una alcantarilla, hallado como fue
cerca de la Cloaca Máxima.
Cuenta la leyenda que el que mete
su diestra en la boca debe hacer alguna
afirmación ante los presentes; si esa afirmación no fuera cierta, se cerraría la boca de la verdad y el
que ha metido la mano la perdería de un mordisco
de la marmórea efigie, quedándose manco para siempre. ¿Alguien se
atreve a meter la mano, después de esto, y decir algo en el acto que sea
verdadero de verdad? ¿Qué hará la bocca della verità si le decimos algo así como que la verdad es que no hay verdad?
sábado, 31 de agosto de 2013
DIGITUS -I : dedo
Lo que más llama la atención,
de entrada, a propósito de los dedos es su equiparación con los
números, por aquello de que una de las formas más elementales y antiguas de contar era con
los dedos de las manos. En latín dedo se decía DÍGITUM, que por la vía culta o escrita
conservamos en dígito como sinónimo de número, por lo que el adjetivo digital se utiliza como equivalente de numérico, por ejemplo en las expresiones reloj
digital o formato digital.
Otro derivado culto de DIGITUM es digitopuntura,
palabra emparentada con la acupuntura china. Se trata de una práctica
terapéutica de masaje y presión, o mejor dicho punción, con los
dedos, no así la acupuntura, de la que deriva, que se
practica con agujas (ACUM, en latín, ACUCULAM su diminutivo).
Tenemos también en castellano la digitalina,
que es el principio activo que se extrae de las hojas de la planta
llamada digital o dedalera y que se emplea como
cardiotónico. La digitalina hace que un
corazón excitado sobremanera recupere su ritmo habitual. La planta de
la que se extrae esta sustancia química se llama digital o dedalera
por la forma de la corola, que parece un dedal como los de las costureras.
Si evolucionamos DIGITUM
obtendremos finalmente el resultado dedo, que es nuestra palabra
patrimonial, y si partimos del adjetivo DIGITALEM “concerniente o relativo al
dedo” nos saldrá el dedal de la costura.
En el resto de las lenguas
romances tenemos los siguientes resultados de DIGITUM: deget en rumano, doigt en
francés, dito en italiano, dit en catalán, det en provenzal y dedo en castellano, gallego y portugués.
Es interesante que nos detengamos
por un momento en el fenómeno lingüístico de los dobletes, porque no se trata sólo de que la
mayoría de las palabras castellanas procedan de su forma latina
correspondiente, sino que de una misma palabra latina surgen muchas veces dos
castellanas:
una, el cultismo, que apenas ha sufrido cambios, la más parecida a la latina,
lo que se explica por el influjo culto y conservador de la lengua escrita (por
ejemplo, en el caso que nos ocupa, partiendo de DIGITUM tenemos el cultismo dígito),
y, además, la palabra patrimonial, que sentimos como más nuestra y diferenciada
de su raíz latina, y por lo tanto menos culta, más evolucionada debido al influjo de la lengua hablada, dedo.
Y así llegamos a la expresión "a dedo", que es como nuestros mandamases, elegidos democráticamente por su inclusión aleatoria en el catálogo de una lista cerrada, eligen por su parte y según su personal capricho a sus secretarios y subsecretarios y reparten las migajas de sus prebendas entre sus vasallos, aquellos estómagos agradecidos que están, mande quien mande, siempre a favor del poder establecido.
Hace ya algunos años se usaba la expresión hacer dedo con el significado de hacer autoestop: los autoestopistas solían estirar el brazo y levantar el pulgar en la dirección en que viajaban, para señalar así a los conductores de autos que solicitaban un transporte gratuito, a lo que algunos conductores se prestaban desinteresadamente por el placer solo de la compañía durante el viaje.
Y así llegamos a la expresión "a dedo", que es como nuestros mandamases, elegidos democráticamente por su inclusión aleatoria en el catálogo de una lista cerrada, eligen por su parte y según su personal capricho a sus secretarios y subsecretarios y reparten las migajas de sus prebendas entre sus vasallos, aquellos estómagos agradecidos que están, mande quien mande, siempre a favor del poder establecido.
Hace ya algunos años se usaba la expresión hacer dedo con el significado de hacer autoestop: los autoestopistas solían estirar el brazo y levantar el pulgar en la dirección en que viajaban, para señalar así a los conductores de autos que solicitaban un transporte gratuito, a lo que algunos conductores se prestaban desinteresadamente por el placer solo de la compañía durante el viaje.
Ahora bien, ¿cómo ha llegado DIGITUM a dedo?
Se produjo en primer lugar la consabida pérdida de la M final de la
palabra. Esta -M sólo la conservamos en algunos latinismos como CURRÍCULUM, REFERÉNDUM o MÉDIUM.
A
continuación se dio el paso de la U a O. Son muy pocas las palabras de
nuestra lengua
también que han conservado esta U, y, como ya hemos dicho en otra
ocasión, ha sido por la influencia siempre conservadora de la lengua
escrita -lo escrito escrito está y escrito queda-, por ejemplo espíritu, ímpetu o tribu.
Tenemos, pues, ya el cultismo dígito y su correspondiente adjetivo digital, que ha sido resucitado con gran éxito por la informática, pero la evolución de la lengua no se detiene ahí, sino que prosigue imparable. A continuación se sonoriza la consonante T entre vocales, convirtiéndose en D. Obtendríamos la forma *dígido. Desaparece la consonante G intervocálica, por lo que llegamos a *díido. A continuación se produce un cambio de timbre vocálico, que afecta a la primera I, que es breve y tónica, y que, por lo tanto, se convierte en E, con lo que obtenemos *deido, eliminándose el hiato, bien porque la segunda vocal desaparece por ser átona, bien porque convetida a su vez en E, como la primera, se produce una contracción de las dos vocales en una sola sílaba, lo que se denomina en lingüística sinéresis, por lo que el resultado final es dedo.
Tenemos, pues, ya el cultismo dígito y su correspondiente adjetivo digital, que ha sido resucitado con gran éxito por la informática, pero la evolución de la lengua no se detiene ahí, sino que prosigue imparable. A continuación se sonoriza la consonante T entre vocales, convirtiéndose en D. Obtendríamos la forma *dígido. Desaparece la consonante G intervocálica, por lo que llegamos a *díido. A continuación se produce un cambio de timbre vocálico, que afecta a la primera I, que es breve y tónica, y que, por lo tanto, se convierte en E, con lo que obtenemos *deido, eliminándose el hiato, bien porque la segunda vocal desaparece por ser átona, bien porque convetida a su vez en E, como la primera, se produce una contracción de las dos vocales en una sola sílaba, lo que se denomina en lingüística sinéresis, por lo que el resultado final es dedo.
En latín había una palabra
PRAESTIGIAE que significaba “ilusiones, fantasmagorías”, y un compuesto de ella
con el sufijo de agente masculino –TOR que vemos en actor o lector, que era
PRAESTIGIATOR y que quería decir “charlatán, impostor”, que en principio nada
tenía que ver con los dedos de las manos que nos ocupan ahora. Pero sucedió que
esta palabra se deformó en la lengua de Molière en prestidigitateur y se reinterpretó como un compuesto del adjetivo praestus –a -um , que significa pronto,
dispuesto, presto, y de DIGITUM, que quiere decir dedo, como sabemos, lo que se explica como una falsa etimología
popular, por lo que pasó a significar persona
que hace rápidos juegos de manos y otros trucos porque mueve sus dedos con
presteza. Y de la lengua gala nos vino a nosotros como prestidigitador, palabra larga como un día sin pan, y
que podemos considerar como un derivado culto de la raíz de dedo, DIGITUM, que nos ocupa. Prestidigitador es aquel
que hace trucos de magia y otros juegos con los dedos de las manos.
Lo curioso de la palabra latina
PRAESTIGIAE y su correlato tardío PRAESTIGIUM es que, por su parte,
evolucionaron a prestigio con el
significado actual que tiene de influencia,
ascendencia, autoridad, renombre, fama, y de ahí dieron lugar a prestigiar, desprestigiar, prestigioso y demás, habiéndose perdido el
significado antiguo que tuvo en latín y en castellano viejo de fascinación causada por la magia y engaño o ilusión con que los prestigiadores
embaucaban al pueblo. Sin embargo, pongamos
el dedo en la llaga, como suele decirse para conocer el origen
verdadero de una cosa, y consideremos, siguiendo la ocurrencia del
desprestigio etimológico, que el prestigio tal y como lo entendemos no deja de
ser de alguna manera una ilusión, un engaño, un juego de manos, una fascinación
con que se impresiona al tonto que se deja embaucar.
Los nombres de los dedos
eran en latín POLLEX (dedo gordo, que nosotros llamamos pulgar, derivado
de POLLICARIS, porque se utiliza para matar las pulgas, descabezándolas
con la
uña, y que vuelto hacia arriba o hacia abajo indicaba aprobación o
desprobación respectivamente, como se sigue utilizando en algunas de las
llamadas redes sociales), INDEX (índice, porque es el dedo indicador que se utiliza para
señalar, aunque está muy feo señalar a las personas con el dedo por la calle, como se les inculca a los pequeños), MEDIUS (por el puesto central que ocupa entre los cinco de la mano,
también llamado por eso mismo dedo cordial o corazón, pero más conocido como digitus impudicus, porque
levantado con los otros apretados en puño simboliza un pene en
erección, símbolo apotropaico contra el mal de ojo y los malos
espíritus, que ha pasado a considerarse una ofensa obscena entre
nosotros, que se conoce como hacer la higa o la peineta), ANULARIUS
(o anular, porque es donde suele colocarse el anillo, lo que nos viene como anillo
al dedo), y AURICULARIS (porque era el que se utilizaba para rascarse
la oreja y sacarse la cera del oído, que nosotros llamamos meñique por ser el
menor, el menino o niño).
El nombre griego del dedo es dáktylos. Numerosos helenismos derivan del nombre del
dedo, como dactilografía, dactiloscopia, pentadáctilo, pterodáctilo,
etcétera. La expresión huella
dactilar se utiliza con el mismo significado que huella digital.
El nombre del verso homérico y
épico, el hexámetro dactílico que introdujo en Roma el padre Ennio, aquel que decía que tenía tres almas porque hablaba tres lenguas, y que
cultivó Virgilio con tanto esmero, se llamó así porque estaba basado en seis dáctilos.
El dáctilo
es una unidad rítmica compuesta de tres sílabas o tiempos, que recuerda a las tres falanges de un dedo: la primera, fuerte
o marcada, y las dos siguientes débiles
o no marcadas. Traduzco, a guisa de ejemplos, los hexámetros de la invocación a
la Musa con que empieza la Odisea de
Homero: Cuéntame, Musa, del hábil varón
que bogó a la deriva / mucho, después de arrasar el alcázar sagrado de Troya; /
vio ciudades y el ser conoció de muchísimas gentes, / y
hondas sufrió por el piélago en su alma penalidades / mientras bregó por su
vida y retorno de sus compañeros.
Tomado de LOPE DE VEGA CLÁSICO
Tomado de LOPE DE VEGA CLÁSICO
miércoles, 28 de agosto de 2013
Ventajas de saber latín
El conocimiento, aunque sólo sea mediano, del griego y el latín nos
abre innumerables puertas en la vida cultural. A San Agustín se
atribuye, profusamente, la frase «Ama y haz lo que quieras», y se da por
hecho que la versión original es « ama et quod vis fac». Esta
formulación ha desquiciado la idea original y causado no leves
malentendidos. El genio del obispo de Hipona les salió al paso
escribiendo: « Dilige et quod vis fac», ama con el amor expresado por el
término «dilectio» –amor oblativo, generoso–, y lo que quieras hazlo
tranquilo, pues amando de este modo no puedes sino hacer el bien: «
Dilige, et non potes nisi bene facere». Esta matización es ineludible, y
se puede hacer con un conocimiento somero del latín.
Te maravillan las armonías de la polifonía romana, con el genial italiano Pierluigi da Palestrina y el insigne español Tomás Luis de Victoria. Pero, si no captas el texto latino, con su peculiar expresividad, no entrarás en el reino de lo sublime en que ellos se movían. Algo semejante, pero todavía más relevante si cabe, podemos decir de las cantatas barrocas de Schütz y Bustehude, y las grandes misas de Bach, Mozart y Beethoven. No es suficiente leer una traducción del texto, pues las traducciones no suelen reflejar la musicalidad del original. Hay que percibir el sorprendente valor expresivo del conjunto de música y texto. Oye atentamente el Agnusdei de la Missa solemnis de Beethoven y verás la vibración que adquieren los distintos vocablos del texto: agnus, tollis, miserere… No puedes figurarte en qué medida crecería tu gozo si pudieras advertir cómo se complementan el texto y la melodía en todo tipo de música desbordante de sentido.
Te gusta viajar y conocer ciudades. Vas, por ejemplo, a la gran Roma y contemplas los diversos arcos de triunfo, memorial perenne del imponente Imperio Romano. Si entiendes las inscripciones que figuran en ellos, se ensancha tu horizonte espiritual de visitante. En caso contrario, verás la ciudad a lo largo y a lo ancho, pero no a lo profundo. Tu mirada se quedará a las puertas de la gran cultura. Esas puertas te las hubiera abierto el conocimiento del latín.
Elevémonos a las cimas del pensamiento y supongamos que te gusta penetrar en la historia de las ideas que determinaron la marcha de la humanidad hasta el día de hoy. Te verás frenado penosamente si, por desconocer el latín, no puedes adentrarte en el mundo intelectual de mentes privilegiadas –juristas, filósofos, científicos, historiadores, literatos…–, como Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Ockam, Descartes, Copérnico, Leibniz, Francisco de Vitoria, Francisco Suárez… ¿Qué puede saber de primera mano sobre la Edad antigua, la Media y la Moderna de España –al menos hasta el siglo XVIII– el que no conoce el latín? ¿Cómo puede un filósofo del derecho sumergirse en ese monumento de sabiduría y gloria de España que es el Corpus hispanorum de pace si no tiene un conocimiento siquiera mediano del latín eclesiástico?
Los hispanohablantes venimos del latín y del griego. No conocerlos es ignorar nuestro origen y quedarnos en buena medida sin raíces. La pérdida que esto significa para nuestra vida intelectual resalta cuando estudiamos el origen de nuestros vocablos españoles, es decir, su etimología. Es una delicia analizar, por ejemplo, la palabra «autoridad» y descubrir que procede del verbo latino augere, que significa promocionar, aumentar. Tiene autoridad, aunque no disponga de mando, el que, con sus aportaciones, nos enriquece en uno u otro aspecto y nos eleva a niveles de mayor calidad. Por eso el que ejerce la autoridad, vista de esta forma, no irrita; suscita agradecimiento.
Si sabemos que «recordar» se deriva del sustantivo latino «cor» (corazón) y significa «volver a pasar por el corazón» –es decir, traer de nuevo a la existencia–, descubrimos un hecho de suma importancia: que la memoria no se reduce a un mero almacenaje de datos, antes presenta un carácter eminentemente creativo. Al enterarnos de que el vocablo generosidad procede del verbo latino generare (engendrar, promover), cobramos una idea lúcida de la fecundidad de este concepto decisivo. Es generoso el que da vida, el que la incrementa y lleva a plenitud. Si quieres conocer a fondo el significado de la fidelidad, te basta descubrir que está emparentado con los términos fe, fiable, confianza, confidencia que se apoyan en la misma raíz latina fid, y, bien articulados entre sí, hacen posible el encuentro, que –como sabemos– constituye uno de los ejes decisivos de nuestro desarrollo personal. Sin esta clarificación radical podemos merodear largo tiempo en torno al secreto de nuestro crecimiento como personas y no adentrarnos nunca en él.
Cuando uno observa cómo personas de todos los niveles dicen y escriben, por ejemplo, «contra natura» –sin una m al final–, «urbi et orbe» –cambiando la i final por una e–, «manu militare» –insistiendo en el mismo error–, «mutatis mutandi» –comiéndose la s final–…, se sonroja y ruega que, si no se estudia latín, se lo olvide al menos del todo. Hablar y escribir en latín no es obligatorio, pero, de hacerlo, lo decoroso es hacerlo bien.
Lo grave es que quienes desconocen el latín y el griego, no saben lo que se pierden, pues no acceden a los mundos que ellos nos abren. El que ignora las lenguas clásicas conoce el español muy a medias, aunque sea doctor en lenguas románicas, y corre riesgo de vivir también a medias como persona, porque el lenguaje da cuerpo expresivo a la trama de realidades e interrelaciones que constituye la vida plena del ser humano. No tiene, en consecuencia, sentido afirmar que el latín y el griego son lenguas muertas. Perviven en el lenguaje –que es nuestro «elemento vital» por excelencia, pues en él accedemos al mundo del sentido– y, derivadamente, en multitud de documentos decisivos para la cultura. Vas al puente de Alcántara, vecino a Portugal, y, si no sabes latín, no puedes recibir el mensaje que te trasmiten quienes erigieron esa obra de arte sobrecogedora, al escribir «ars ubi natura vincitur ipsa sua».
Los reformadores de los planes de estudio debieran tener todo esto muy en cuenta. Se afirma, a menudo, que debemos primar lo actual sobre lo antiguo, entendido superficialmente como lo pasado. Se olvida que, según la Filosofía de la Historia, somos creativos en el presente cuando asumimos activamente las posibilidades que cada generación del pasado ha ido entregando a las siguientes. Esa entrega se dice en latín traditio. De ahí que la tradición no sea un peso muerto que gravita sobre los hombres del presente; es un legado que impulsa su actividad creativa. Si no acogemos creadoramente la tradición, no podemos configurar el futuro. Además, todo lo relativo al lenguaje merece ser cuidadosamente cultivado, porque la Antropología filosófica nos enseña que el lenguaje es el vehículo viviente de la creatividad humana. Al hacer quiebra el lenguaje, se quebranta la creatividad.
*Fomado de la siguiente página
Te maravillan las armonías de la polifonía romana, con el genial italiano Pierluigi da Palestrina y el insigne español Tomás Luis de Victoria. Pero, si no captas el texto latino, con su peculiar expresividad, no entrarás en el reino de lo sublime en que ellos se movían. Algo semejante, pero todavía más relevante si cabe, podemos decir de las cantatas barrocas de Schütz y Bustehude, y las grandes misas de Bach, Mozart y Beethoven. No es suficiente leer una traducción del texto, pues las traducciones no suelen reflejar la musicalidad del original. Hay que percibir el sorprendente valor expresivo del conjunto de música y texto. Oye atentamente el Agnusdei de la Missa solemnis de Beethoven y verás la vibración que adquieren los distintos vocablos del texto: agnus, tollis, miserere… No puedes figurarte en qué medida crecería tu gozo si pudieras advertir cómo se complementan el texto y la melodía en todo tipo de música desbordante de sentido.
Te gusta viajar y conocer ciudades. Vas, por ejemplo, a la gran Roma y contemplas los diversos arcos de triunfo, memorial perenne del imponente Imperio Romano. Si entiendes las inscripciones que figuran en ellos, se ensancha tu horizonte espiritual de visitante. En caso contrario, verás la ciudad a lo largo y a lo ancho, pero no a lo profundo. Tu mirada se quedará a las puertas de la gran cultura. Esas puertas te las hubiera abierto el conocimiento del latín.
Elevémonos a las cimas del pensamiento y supongamos que te gusta penetrar en la historia de las ideas que determinaron la marcha de la humanidad hasta el día de hoy. Te verás frenado penosamente si, por desconocer el latín, no puedes adentrarte en el mundo intelectual de mentes privilegiadas –juristas, filósofos, científicos, historiadores, literatos…–, como Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Ockam, Descartes, Copérnico, Leibniz, Francisco de Vitoria, Francisco Suárez… ¿Qué puede saber de primera mano sobre la Edad antigua, la Media y la Moderna de España –al menos hasta el siglo XVIII– el que no conoce el latín? ¿Cómo puede un filósofo del derecho sumergirse en ese monumento de sabiduría y gloria de España que es el Corpus hispanorum de pace si no tiene un conocimiento siquiera mediano del latín eclesiástico?
Los hispanohablantes venimos del latín y del griego. No conocerlos es ignorar nuestro origen y quedarnos en buena medida sin raíces. La pérdida que esto significa para nuestra vida intelectual resalta cuando estudiamos el origen de nuestros vocablos españoles, es decir, su etimología. Es una delicia analizar, por ejemplo, la palabra «autoridad» y descubrir que procede del verbo latino augere, que significa promocionar, aumentar. Tiene autoridad, aunque no disponga de mando, el que, con sus aportaciones, nos enriquece en uno u otro aspecto y nos eleva a niveles de mayor calidad. Por eso el que ejerce la autoridad, vista de esta forma, no irrita; suscita agradecimiento.
Si sabemos que «recordar» se deriva del sustantivo latino «cor» (corazón) y significa «volver a pasar por el corazón» –es decir, traer de nuevo a la existencia–, descubrimos un hecho de suma importancia: que la memoria no se reduce a un mero almacenaje de datos, antes presenta un carácter eminentemente creativo. Al enterarnos de que el vocablo generosidad procede del verbo latino generare (engendrar, promover), cobramos una idea lúcida de la fecundidad de este concepto decisivo. Es generoso el que da vida, el que la incrementa y lleva a plenitud. Si quieres conocer a fondo el significado de la fidelidad, te basta descubrir que está emparentado con los términos fe, fiable, confianza, confidencia que se apoyan en la misma raíz latina fid, y, bien articulados entre sí, hacen posible el encuentro, que –como sabemos– constituye uno de los ejes decisivos de nuestro desarrollo personal. Sin esta clarificación radical podemos merodear largo tiempo en torno al secreto de nuestro crecimiento como personas y no adentrarnos nunca en él.
Cuando uno observa cómo personas de todos los niveles dicen y escriben, por ejemplo, «contra natura» –sin una m al final–, «urbi et orbe» –cambiando la i final por una e–, «manu militare» –insistiendo en el mismo error–, «mutatis mutandi» –comiéndose la s final–…, se sonroja y ruega que, si no se estudia latín, se lo olvide al menos del todo. Hablar y escribir en latín no es obligatorio, pero, de hacerlo, lo decoroso es hacerlo bien.
Lo grave es que quienes desconocen el latín y el griego, no saben lo que se pierden, pues no acceden a los mundos que ellos nos abren. El que ignora las lenguas clásicas conoce el español muy a medias, aunque sea doctor en lenguas románicas, y corre riesgo de vivir también a medias como persona, porque el lenguaje da cuerpo expresivo a la trama de realidades e interrelaciones que constituye la vida plena del ser humano. No tiene, en consecuencia, sentido afirmar que el latín y el griego son lenguas muertas. Perviven en el lenguaje –que es nuestro «elemento vital» por excelencia, pues en él accedemos al mundo del sentido– y, derivadamente, en multitud de documentos decisivos para la cultura. Vas al puente de Alcántara, vecino a Portugal, y, si no sabes latín, no puedes recibir el mensaje que te trasmiten quienes erigieron esa obra de arte sobrecogedora, al escribir «ars ubi natura vincitur ipsa sua».
Los reformadores de los planes de estudio debieran tener todo esto muy en cuenta. Se afirma, a menudo, que debemos primar lo actual sobre lo antiguo, entendido superficialmente como lo pasado. Se olvida que, según la Filosofía de la Historia, somos creativos en el presente cuando asumimos activamente las posibilidades que cada generación del pasado ha ido entregando a las siguientes. Esa entrega se dice en latín traditio. De ahí que la tradición no sea un peso muerto que gravita sobre los hombres del presente; es un legado que impulsa su actividad creativa. Si no acogemos creadoramente la tradición, no podemos configurar el futuro. Además, todo lo relativo al lenguaje merece ser cuidadosamente cultivado, porque la Antropología filosófica nos enseña que el lenguaje es el vehículo viviente de la creatividad humana. Al hacer quiebra el lenguaje, se quebranta la creatividad.
*Fomado de la siguiente página
jueves, 22 de agosto de 2013
LINGUA -AE : lengua
Vamos a darle ahora un poco a la lengua,
a la cosa y a la palabra que designa a la cosa y que procede de la forma LINGUAM de nuestra lengua madre. Llamamos al
latín lengua madre y no lengua muerta, como hacen algunos apresurándose
a certificar su defunción antes de que se haya producido efectivamente, porque seguimos
hablándola, aunque no seamos muy conscientes de ello, en varios de sus
dialectos o degeneraciones: a la misma cosa los italianos, gallegos y portugueses le dicen lingua, langue los franceses, limba
los rumanos, llengua los catalanes, y los
castellanoparlantes le decimos lengua. Podríamos decir que el latín
es nuestra lengua madre muerta, pero no es así: nosotros somos la prueba viviente
de que sus genes están en nuestro ADN y de que funciona la transmisión hereditaria.
Tras la caída de la M final observamos cómo la I breve tónica de la palabra originaria se convierte en
E, dando lugar a nuestra lengua y a sus derivados como lenguaje
y lenguado,
por ejemplo.
Lo primero que nos llama la atención, en otro orden de cosas, es que el nombre de este músculo del cuerpo humano que nos sirve para comer y para hablar se ha convertido en sentido figurado en sinónimo precisamente de idioma, en lenguaje o manera de hablar.
Lo primero que nos llama la atención, en otro orden de cosas, es que el nombre de este músculo del cuerpo humano que nos sirve para comer y para hablar se ha convertido en sentido figurado en sinónimo precisamente de idioma, en lenguaje o manera de hablar.
La metáfora, o más propiamente
metonimia que designa algo con el nombre de otra cosa relacionada con ello, viene de muy lejos. Ya los romanos hablaban
de lingua
Latina o Graeca, es decir,
identificaban el órgano que participa en la fonación con la propia acción de
hablar, es decir con una de sus funciones, e incluso hablaban de que alguien
era experto utraque lingua, es
decir, en ambas lenguas, en una y otra lengua, esto es, en griego y en latín. Y
es que el resto de las lenguas entraban dentro del ámbito de la barbarie,
aunque recordemos aquí al padre Ennio que decía tener tres almas o corazones
porque hablaba tres lenguas, latín, griego y osco, equiparándolas a las tres... Los que no hablaban
en una u otra lengua no hablaban, sino que propiamente
farfullaban un lenguaje incomprensible, eran bárbaros: palabra de origen
onomatopéyico que quiere imitar el ruido de los que no saben hablar, de los que balbucean, farfullan, sólo saben pronunciar un
incomprensible barbarbar, de donde
sale el adjetivo barbarus, que
designa al extranjero, al inculto, al salvaje que sólo sabe hacer y decir barbaridades.
Esta situación de identificar el
órgano con una de sus funciones, en concreto con la de la fonación, no se
produce tanto, sin embargo, en inglés o en alemán, donde a la lengua como parte
del cuerpo se la llama tongue y Zunge respectivamente, pero no siempre funciona
la metonimia de lenguaje. Ningún anglosajón diría, por ejemplo, Spanish tongue ni ningún alemán spanische Zungue para referirse a la lengua española, sino en todo
caso Spanish language o spanische Sprache. En sentido figurado, sin embargo, se habla en inglés de mother tongue o native tongue para denominar a la lengua madre o nativa, y también
hay expresiones similares a las nuestras de morderse la lengua o comerle
a uno la lengua el gato, para referirnos al hecho de quedarse callados.
La forma inglesa language, por cierto, es un préstamo francés de langage, que nos remite a LINGUA, a
través de langue,
mientras que las formas inglesa tongue
y alemana Zunge se emparentan con la
latina por su común origen indoeuropeo, procedentes de una raíz *dnghu-, como atestigua el latín arcaico DINGUA.
El cambio que se opera en el
propio latín de DINGUA a LINGUA puede explicarse por interferencia semántica
con el verbo LINGO, que significa lamer, emparentado con el inglés to lick y el alemán zu lecken, y responsable tal vez de esa evolución anómala. Se
utiliza el latinajo cunnilingus, por ejemplo, para designar la práctica sexual de aplicar la
boca, como dice el Diccionario de la Real, o más concretamente, la lengua a la
vulva, que en latín se denomina también CUNNUM, de donde procede el vocablo castellano coño, que tanto se usa como interjección exclamativa. El latinajo está formado, pues, con el nombre del sexo femenino y
la raíz del susodicho verbo LINGO, que interfirió en la evolución de la palabra que tratamos.
Aunque todos nacemos provistos del
órgano de la lengua, reservamos sin embargo el nombre de lenguado
para cierto pez de agua salada y sabrosa carne que tiene forma aplanada
de lengua
y ambos ojos en su lado derecho. Sin embargo cuando tenemos la lengua muy suelta decimos que somos
unos deslenguados,
con el prefijo des-, o también que somos lenguaraces
o que tenemos la lengua muy larga, es decir, muy
desmandada. Tenemos en ese sentido,
además, los compuestos adjetivales lengüicorto y lengüilargo, que no
necesitan mucha aclaración.
Lengüeta es el diminutivo
de lengua
y como tal designa a muchos objetos que
tienen forma de lengua diminuta, como el fiel de la romana o balanza, una
cuchilla de encuadernador, una laminilla metálica móvil de ciertos instrumentos
musicales de viento, hasta la lengüeta del calzado, que es una
tira de piel que suelen tener los zapatos en su cierre por debajo de los
cordones.
Una lengüetada sería la
acción de lamer algo con la lengua, lo mismo que un lengüetazo. Una persona lengüetera
sería una persona murmuradora, chismosa y amiga de cotilleos, que le da
mucho a la lengua en el mal sentido de la palabra.
La I de la palabra originaria
evolucionó en castellano a E, como hemos visto, pero conserva su timbre en los cultismos, influidos por la escritura, más conservadora que el habla, por
ejemplo en los adjetivos lingual, relativo a la lengua, o en
sublingual, con el prefijo sub- debajo, concerniente a
la región inferior de la lengua, lingüiforme, en forma de
lengua, o bilingüe, que no significa que tenga
una lengua
bífida o lengua viperina, como la de las víboras, y trilingüe, palabras con las que denominamos a las personas que se
desenvuelven perfectamente en dos (bi-)
o tres (tri-) idiomas respectivamente. Y así a la ciencia que se ocupa
del estudio del lenguaje se la denomina lingüística y lingüistas a los
especialistas en ella, siguiendo la raíz culta LINGUA.
Del diminutivo latino de LINGUA,
que era LÍGULA, hemos heredado nosotros nuestra lígula, con diversos
significados específicos en los campos de la botánica y la anatomía, y, además,
la palabra ha evolucionado a legra. En efecto, si partimos de la
forma LÍGULAM, tenemos LÍGULA, que en latín significaba cucharilla, lengüeta
o espadín larguirucho, después LÍGLA,
con pérdida de la vocal átona de la sílaba intermedia, a continuación LEGLA,
con el cambio consabido de la I breve tónica a E que ya hemos visto, y
finalmente, LEGRA, tras la disimilación parcial de la segunda L en R para
evitar la cacofonía de repetición del mismo sonido, lo mismo que sucede a
LILIUM, que evoluciona a lirio.
¿Qué es una legra? Es un instrumento de
cirugía, en forma de media luna y retorcido por la punta, que se emplea para raer la
superficie de los huesos o bien la mucosa del útero. A la acción de practicar
un legrado,
legradura o legración se denomina legrar.
En griego lengua se dice
GLOSSA o GLOTTA, dependiendo del dialecto. De la primera forma nos viene glosa,
que significa explicación o comentario de una palabra o de un texto difícil de
entender, el verbo glosar, que quiere decir
comentar o hacer glosas, y glosario
que es el nombre que se da
a un conjunto de palabras que por sus especiales características
requieren una interpretación; y de la segunda, que es la propia del
dialecto ático que se hablaba en la región de Atenas, nos
viene políglota o poliglota, que es lo mismo pero con
una acentuación más acorde con la cantidad larga de la penúltima sílaba, como
denominamos a quien posee varias lenguas, ya que el prefijo griego poli- significa
propiamente muchas (lo que dicho a la latina sería multilingüe o
plurilingüe), o también epiglotis, como denominamos a la lámina cartilaginosa que está situada detrás de la lengua y tapa la glotis
en el momento de la deglución.
Un latinismo muy común relacionado con la lengua es lapsus. Podemos cometer muchos lapsus
o deslices. Puede fallarnos la memoria (lapsus
memoriae), aunque en realidad no nos falla sino que nos juega una mala
pasada; podemos cometer un error al escribir con el bolígrafo o la pluma (lapsus calami), y podemos también
cometer una equivocación al hablar, lo que propiamente se llama lapsus linguae, error que
revela que, aunque digamos una cosa, estamos pensando en otra.
Célebre es el lapsus
freudiano que cometió un presidente del gobierno de las Españas cuando
hablaba de que se había producido un
gran incremento de turistas españoles en Rusia. Decía que había tomado un acuerdo
para estimular, para favorecer, para
follar (sic), para apoyar ese turismo.
¿En qué estaría pensando el señor presidente de la ceja circunfleja a la hora de hacer aquellas públicas declaraciones? Casi
siempre suele haber una motivación sexual en los lapsus linguae, según el psicoanalista vienés, como en el citado ejemplo, pero puede
haber también otras pulsiones, como la del poder y el dinero.
Otro político carpetovetónico, abochornado de los altos emolumentos que cobraba la clase política, quiso decir “los
políticos deberíamos cobrar menos” y cometió un lapsus linguae
significativo y dijo: “los políticos deberíamos robar
menos”. Cometió, sin querer, un error involuntario pero dijo lo que
realmente pensaba, y lo que piensa todo el mundo de los políticos
profesionales, que son unos ladrones.
Tomado de LOPE DE VEGA CLÁSICO
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