jueves, 22 de agosto de 2013

LINGUA -AE : lengua

Vamos a darle ahora un poco a la lengua, a la cosa y a la palabra que designa a la cosa  y que procede de la forma LINGUAM de nuestra lengua madre. Llamamos al latín lengua madre y no lengua muerta, como hacen algunos apresurándose a certificar su defunción antes de que se haya producido efectivamente, porque seguimos hablándola, aunque no seamos muy conscientes de ello, en varios de sus dialectos o degeneraciones: a la misma cosa los italianos, gallegos y portugueses le dicen lingua, langue los franceses, limba los rumanos,  llengua los catalanes,  y los castellanoparlantes le decimos lengua. Podríamos decir que el latín es nuestra lengua madre muerta, pero no es así: nosotros somos la prueba viviente de que sus genes están en nuestro ADN y de que funciona la transmisión hereditaria.
Tras la caída de la M final observamos cómo la I breve tónica de la palabra originaria se convierte  en E, dando lugar a nuestra lengua y a sus derivados como lenguaje y lenguado, por ejemplo. 

Lo primero que nos llama la atención, en otro orden de cosas, es que el nombre de este músculo del cuerpo humano que nos sirve para comer y para hablar se ha convertido en sentido figurado en sinónimo precisamente de idioma, en lenguaje o manera de hablar.
La metáfora, o más propiamente metonimia que designa algo con el nombre de otra cosa relacionada con ello,  viene de muy lejos. Ya los romanos hablaban de  lingua Latina o Graeca, es decir, identificaban el órgano que participa en la fonación con la propia acción de hablar, es decir con una de sus funciones, e incluso hablaban de que alguien era experto utraque lingua, es decir, en ambas lenguas, en una y otra lengua, esto es, en griego y en latín. Y es que el resto de las lenguas entraban dentro del ámbito de la barbarie, aunque recordemos aquí al padre Ennio que decía tener tres almas o corazones porque hablaba tres lenguas, latín, griego y osco, equiparándolas a las tres... Los que no hablaban en una u otra lengua no hablaban, sino que propiamente farfullaban un lenguaje incomprensible, eran bárbaros: palabra de origen onomatopéyico que quiere imitar el ruido de los que no saben hablar, de los que balbucean, farfullan, sólo saben pronunciar un incomprensible barbarbar, de donde sale el adjetivo barbarus, que designa al extranjero, al inculto, al salvaje que sólo sabe hacer y decir barbaridades.
Esta situación de identificar el órgano con una de sus funciones, en concreto con la de la fonación, no se produce tanto, sin embargo, en inglés o en alemán, donde a la lengua como parte del cuerpo se la llama tongue y Zunge respectivamente, pero no siempre funciona la metonimia de lenguaje. Ningún anglosajón diría, por ejemplo, Spanish tongue ni ningún alemán spanische Zungue para referirse a la lengua española, sino en todo caso Spanish language o spanische Sprache.  En sentido figurado, sin embargo, se habla en inglés de mother tongue o native tongue para denominar a la lengua madre o nativa, y también hay expresiones similares a las nuestras de morderse la lengua o comerle a uno la lengua el gato, para referirnos al hecho de quedarse callados.
La forma inglesa language, por cierto, es un préstamo francés de langage, que nos remite a LINGUA, a través de langue, mientras que las formas inglesa tongue y alemana Zunge se emparentan con la latina por su común origen indoeuropeo, procedentes de una raíz *dnghu-, como atestigua el latín arcaico  DINGUA.
El cambio que se opera en el propio latín de DINGUA a LINGUA puede explicarse por interferencia semántica con el verbo LINGO, que significa lamer,  emparentado con el inglés to lick y el alemán zu lecken, y responsable tal vez de esa evolución anómala.    Se utiliza el latinajo cunnilingus, por ejemplo,  para designar la práctica sexual de aplicar la boca, como dice el Diccionario de la Real, o más concretamente, la lengua a la vulva, que en latín se denomina también CUNNUM, de donde procede  el vocablo castellano coño, que tanto se usa como interjección exclamativa. El latinajo está formado, pues, con el nombre del sexo femenino y la raíz del susodicho verbo LINGO, que interfirió en la evolución de la palabra que tratamos.
Aunque todos nacemos provistos del órgano de la lengua, reservamos sin embargo el nombre de lenguado para cierto pez de agua salada y sabrosa carne que tiene forma aplanada de lengua y ambos ojos en su lado derecho. Sin embargo cuando tenemos la lengua muy suelta decimos que somos unos deslenguados, con el prefijo des-, o también que somos lenguaraces o que tenemos la lengua muy larga, es decir, muy desmandada.  Tenemos en ese sentido, además, los compuestos adjetivales lengüicorto y lengüilargo, que no necesitan mucha aclaración.

Lengüeta es el diminutivo de lengua  y como tal designa a muchos objetos que tienen forma de lengua diminuta, como el fiel de la romana o balanza, una cuchilla de encuadernador, una laminilla metálica móvil de ciertos instrumentos musicales de viento,  hasta la lengüeta del calzado, que es una tira de piel que suelen tener los zapatos en su cierre por debajo de los cordones.
Una lengüetada sería la acción de lamer algo con la lengua, lo mismo que un lengüetazo. Una persona lengüetera sería una persona murmuradora, chismosa y amiga de cotilleos, que le da mucho a la lengua en el mal sentido de la palabra.
La I de la palabra originaria evolucionó en castellano a E, como hemos visto, pero  conserva su timbre en los cultismos, influidos por la escritura, más conservadora que el habla, por ejemplo en los adjetivos lingual, relativo a la lengua, o en sublingual, con el prefijo sub- debajo, concerniente a la región inferior de la lengua, lingüiforme, en forma de lengua,  o  bilingüe, que no significa que tenga una lengua bífida o lengua viperina, como la de las víboras,  y  trilingüe,  palabras con las que denominamos a las personas que se desenvuelven perfectamente en dos  (bi-) o tres (tri-) idiomas respectivamente. Y así a la ciencia que se ocupa del estudio del lenguaje se la denomina lingüística y lingüistas a los especialistas en ella, siguiendo la raíz culta LINGUA.
Del diminutivo latino de LINGUA, que era LÍGULA, hemos heredado nosotros nuestra lígula, con diversos significados específicos en los campos de la botánica y la anatomía, y, además, la palabra ha evolucionado a legra. En efecto, si partimos de la forma LÍGULAM, tenemos LÍGULA, que en latín significaba cucharilla, lengüeta o espadín larguirucho,  después LÍGLA, con pérdida de la vocal átona de la sílaba intermedia, a continuación LEGLA, con el cambio consabido de la I breve tónica a E que ya hemos visto, y finalmente, LEGRA, tras la disimilación parcial de la segunda L en R para evitar la cacofonía de repetición del mismo sonido, lo mismo que sucede a LILIUM, que evoluciona a lirio.
¿Qué es una legra? Es un instrumento de cirugía, en forma de media luna y retorcido por la punta,  que se emplea para raer la superficie de los huesos o bien la mucosa del útero. A la acción de practicar un legrado, legradura o legración se denomina legrar.  
En griego lengua se dice GLOSSA o GLOTTA, dependiendo del dialecto.  De la primera forma nos viene glosa, que significa explicación o comentario de una palabra o de un texto difícil de entender,  el verbo glosar, que quiere decir comentar o hacer glosas, y   glosario que es el nombre que se da a un conjunto de palabras que por sus especiales características requieren una interpretación; y de la segunda, que es la propia del dialecto ático que se hablaba en la región de Atenas, nos viene políglota o poliglota, que es lo mismo pero con una acentuación más acorde con la cantidad larga de la penúltima sílaba, como denominamos a quien posee varias lenguas, ya que el prefijo griego poli- significa propiamente muchas (lo que dicho a la latina sería multilingüe o plurilingüe), o también epiglotis, como denominamos a la lámina cartilaginosa que está situada detrás de la lengua y tapa la glotis en el momento de la deglución.   


Un latinismo muy común relacionado con la lengua es lapsus. Podemos cometer muchos lapsus o deslices. Puede fallarnos la memoria (lapsus memoriae), aunque en realidad no nos falla sino que nos juega una mala pasada; podemos cometer un error al escribir con el bolígrafo o la pluma (lapsus calami), y podemos también cometer una equivocación al hablar, lo que propiamente se llama lapsus linguae, error que revela que,  aunque digamos una cosa,  estamos pensando en otra.  
Célebre es el lapsus freudiano que cometió un presidente del gobierno de las Españas cuando hablaba  de que se había producido un gran incremento de turistas españoles en Rusia. Decía que había tomado un acuerdo para estimular, para favorecer, para follar (sic), para apoyar ese turismo. ¿En qué estaría pensando el señor presidente de la ceja circunfleja a la hora de hacer aquellas públicas declaraciones? Casi siempre suele haber una motivación sexual en los lapsus linguae, según el psicoanalista vienés, como en el citado ejemplo, pero puede haber también otras pulsiones, como la del poder y el dinero. 
Otro político carpetovetónico, abochornado de los altos emolumentos que cobraba la clase política,  quiso decir “los políticos deberíamos cobrar menos” y cometió un lapsus linguae significativo y dijo: “los políticos deberíamos robar menos”. Cometió, sin querer, un error involuntario pero dijo lo que realmente pensaba, y lo que piensa todo el mundo de los políticos profesionales, que son unos ladrones. 
   Tomado de LOPE DE VEGA CLÁSICO

COR CORDIS: corazón



Seguimos con las partes del cuerpo, y, dentro de este particular despiece que estamos haciendo cual Jack el Destripador, nos toca vérnoslas ahora con un órgano de vital importancia, el corazón. Para nosotros, los modernos, es la sede figurada de los sentimientos, y en ese sentido se  opone a veces a la razón, como se ve, por ejemplo, en la célebre frase de Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”.  
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que para los antiguos el corazón no sólo era el órgano corporal importante que es, sino también la sede de la memoria, de la inteligencia y de la sensibilidad, como si dijéramos nuestro cerebro o nuestra mente además de nuestro corazoncito o corazonazo que guardamos todos en el pecho.
Corazón se decía en latín COR pero su raíz es CORD- como demuestra su plural CORDA, que se forma añadiendo una –A a la raíz. Algunos recordarán que cuando la misa católica se celebraba, como Dios manda, en latín, el sacerdote pronunciaba las divinas palabras SURSUM CORDA (arriba los corazones, es decir, levantemos el corazón), y los feligreses se ponían de pie y respondían HABEMUS AD DOMINUM, lo que ahora dicen en castellano: “Lo tenemos levantado hacia el Señor”. Esta raíz CORD- está emparentada con el griego kardi/a, el alemán Herz y el inglés heart, por su origen común indoeuropeo.


En cuanto a la descendencia de la palabra latina COR, de ella deriva una numerosa familia, como es la de las lenguas romances: el francés coeur, el catalán cor y el italiano cuore, pero también el portugués coraçâo y el castellano corazón, que parecen basarse en la palabra latina COR más el sufijo aumentativo –AZÓN, compuesto de –AZO (cuerp-azo) y de –ÓN (hombr-ón), es decir, hipercaracterizado como aumentativo, como si se quisiera sugerir así, según Corominas, la grandeza del corazón  “del hombre valiente y de la mujer amante”, por lo que habría que postular, para la península ibérica, excluyendo Cataluña y Valencia,  una forma CORACEONEM, como origen de coraçón en castellano viejo y de la palabra portuguesa coraçâo.
La lengua rumana, por su parte, que también procede del latín, utiliza la palabra inima para referirse al corazón, una palabra esdrújula que no procede de COR, sino de ANIMA, que significa principio vital. Y es que los antiguos, como queda dicho, consideraban que en este órgano residía el alma de los hombres, y el hecho de que el rumano haya tomado esta palabra sugiere la relación intuitiva que existía entre el corazón y el alma, lo que no quita para que en rumano también haya alguna palabra derivada de COR como cordial.
De la palabra corazón derivan la corazonada, incluso el corazoncito,  el verbo descorazonar y su resultado  el descorazonamiento, y la forma de aumentativo corazonazo que hemos citado más arriba, que muestra que ya se ha perdido la conciencia de que corazón era un aumentativo doblemente caracterizado de cor, por lo que se vuelve a marcar con el sufijo castellano  –azo que ya llevaba incorporado.
En relación con el corazón como sede de la memoria hemos heredado el verbo recordar, que procede del latín recordari con el significado que tenía en nuestra lengua madre de traer algo a la memoria, a la mente, en el sentido de representarse algo pasado con la imaginación o el pensamiento. De ahí proceden, pues, nuestros recuerdos, recordaciones  y recordatorios.  A estas alturas ya no nos extraña la diptongación de una O breve latina, que suele producirse cuando es portadora del acento como en recuerdo, mientras que la vocal conserva el timbre que tenía si el acento se ha desplazado dentro de la palabra, por ejemplo en  recordamos.
La expresión “de coro” significa “de memoria, de carrerilla” en castellano viejo. La encontramos en el Quijote: “Si tratáredes de ladrones, yo os daré la historia de Caco, que la sé de coro…”. También está recogida en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua como locución adverbial poco usada, que significa de memoria, y que se utiliza con expresiones como decir, saber, tomar de coro. Y puede compararse con la expresión francesa “par coeur” o a la inglesa “by heart”, que significan, ambas, lo mismo: de memoria, es decir, con el corazón.
 
El término récord es la castellanización del inglés “record”, que procede también de la misma palabra latina recordari, y que se ha especializado con el significado de marca o mejor resultado en el ejercicio de un deporte, en expresiones como tiempo récord o batir un récord. En inglés hay un verbo to record, que se pronuncia con acento en la o, y significa grabar, por ejemplo una pieza musical en un disco, o  tomar nota de algo, para que quede constancia, o sea, recuerdo, y el sustantivo record, que se pronuncia con acento en la e, y que alude al registro tomado de algo.   ¿Cómo llegó esta palabra de origen latino a la lengua de Shakespeare? Como muchísimas otras, casi el 60 por ciento de su vocabulario, a través del francés de los normandos. Es decir to record, procede del francés antiguo recorder, que a su vez deriva del latín recordari, un compuesto de la raíz cord, que es la del corazón.
A partir de este verbo, se creó en castellano su sinónimo acordarse  con el sentido de tener memoria de algo, pero también con el de llegar a una determinación o consenso, un acuerdo, creándose su antónimo desacuerdo. Y relacionado con él, el adjetivo  acorde paralelo a concorde y discorde, sin olvidar el sustantivo masculino que se utiliza en musicología para referirse a la combinación armónica de tres o más sonidos diferentes. De donde procede el nombre del moderno instrumento musical de viento formado por un fuelle: el acordeón.
En relación con la raiz culta CORD- tenemos el adjetivo cordial, para referirnos a lo que se hace con el afecto del corazón.  Ya en latín había varios prefijos que modificaban el significado de esta raíz y que nosotros hemos heredados: CON- y  DIS-, que dan origen a concordia y a su antónimo discordia, por ejemplo, o a los verbos concordar y discordar. En el primer caso significa que hay acuerdo, es decir, coincidencia, encuentro, conformidad, y en el segundo que no lo hay, sino que en su lugar surge la oposición, la desavenencia, la diferencia.
Ya en latín se había creado misericordia, a partir del verbo misereo que quería decir tener piedad o compasión, o del adjetivo miser, si se quiere ver así, con el sustantivo cor(d) que estamos estudiando, y quería decir compasión, de donde hemos heredado nosotros misericordioso para referirnos a la virtud que mueve al corazón a la piedad, incluso en el caso de la puñalada de misericordia o golpe de gracia,  ya que en la Edad Media los caballeros solían llevar un puñal llamado de misericordia con el que daban el golpe de gracia al enemigo, es decir, la muerte para evitarle el sufrimiento de la agonía.
No debemos olvidar el incordio y su curioso origen, pues no procede del sufijo latino IN- que tiene dos valores, la negación como en incorpóreo o el lugar en donde como en incorporar, sino de la forma  *antecordium, que significaba tumor del pecho que se hallaba ante el corazón del caballo. De *antecordium pasaría la palabra a *ancordium, abreviándose, y de ahí a encordio, que ya está atestiguada en castellano en el siglo XIII, y que es el origen de nuestro incordio:  un tumor que se desarrollaba en el pecho de los caballos. A partir de ahí se crea el verbo incordiar que pasa a ser un sinónimo de molestar e importunar.
No olvidemos la cordura o sensatez, según lo dicho de que el cor era la sede de la razón y no sólo de los sentimientos desmandados, y la cualidad de cuerdo, o el adjetivo cordal que se aplicaba a la muela del juicio, la muela cordal. Y no olvidemos tampoco el coraje o valor, que nos viene a través del francés courage y que está relacionado con el corazón porque se consideraba que también la valentía tenía su sede en él.
La palabra griega para referirse al corazón es kardi/a  (cardía),  relacionada etimológicamente con la raíz latina CORD- por su común origen indoeuropeo, la conservamos en el dominio de la medicina: cardíaco, endocardio, cardiología, electrocardiograma, miocardio, taquicardia,  pericardio y un largo etcétera.
Es interesante el testimonio de Aulo Gelio sobre el escritor Ennio, el pater Ennius como lo llama Cicerón aludiendo a que lo considera el padre de la literatura latina, introductor del hexámetro dactílico homérico y hesiódico en Roma, que nos ha transmitido la espléndida metáfora de que el lenguaje de un hombre es su alma. Dice Aulo Gelio literalmente en latín  Quintus Ennius tria corda habere sese dicebat, quod loqui Graece et Osce et latine sciret, y que significa que Quinto Ennio decía que tenía tres almas, porque sabía hablar en griego, en osco y en latín
La palabra que hemos traducido por “almas” es CORDA, el plural de COR. Ennio, pues, decía que tenía tres corazones, es decir, tres almas, porque, como ha quedado dicho, el corazón era para los antiguos la sede del alma, con todas sus facultades intelectivas y sentimentales. Es curioso cómo un romano de la antigüedad era consciente del valor de la lengua como cosmovisión o Weltanschauung que dicen los alemanes, o sea, como mirada a la realidad del mundo. Y es que las distintas lenguas ofrecen distintas visiones de la realidad, hasta el punto de que puede afirmarse que la realidad es la visión particular que nos ofrece cada lengua. Y cuantas más lenguas conozcamos, por lo tanto,  más conscientes seremos de que ninguna de ellas es la verdadera y de que todas las visiones de la realidad que conllevan son tan válidas como relativas.  Resulta también sorprendente cómo para Ennio las tres lenguas que cita tienen la misma categoría, cada una representa un COR, equiparándolas y valorándolas por igual. No considera que una valga per se más que las otras, ni siquiera el latín, que era la lengua dominante en el sur de Italia, que se había impuesto administrativamente sobre el osco y el griego, un griego que todavía se sigue hablando en algunas zonas de lo que fue la Magna Grecia y que se llama greco, un dialecto del griego antiguo todavía vivo en algunos de aquellos lares.
 Tomado de LOPE DE VEGA CLÁSICO

DENS DENTIS : diente


Analizamos la biografía de la palabra latina DENS, cuya raíz DENT- como podemos ver en la forma del Acusativo DENT-EM,  evoluciona en romance a DENTE tras la caída de la M final, que aunque se escribía ya no debía de pronunciarse en latín vulgar, como nuestra hache a principio de palabra,  y así quedará en italiano y en portugués, mientras que en francés perderá la –e final, nasalizándose la vocal precedente,  pero en castellano la E breve latina portadora del acento de palabra diptongará en IE, y el resultado, por lo tanto, será DIENTE.
Conservamos la raíz en los adjetivos dental o dentario, que se refieren a lo que está relacionado con el diente; en  dentón o dentudo, que son denominaciones coloquiales de quien tiene los dientes muy grandes o desproporcionados;   en dentífrico, que es un compuesto de FRICO, el verbo frotar como vemos en su derivado fricción , y que también significa limpiar, restregar, pulimentar, y evoluciona a fregar, de hecho,  partiendo de su infinitivo de la siguiente forma: FRICARE > FRICAR > FRIGAR > FREGAR. Por lo tanto, el dentífrico sería la pasta que se  utiliza para limpiar la dentadura.  La forma *dentrífico es un  barbarismo que pone de relieve que se ha perdido la conciencia etimológica de esta palabra, pero que se explica fonéticamente como metátesis simple: un sonido cambia de lugar dentro de la estructura de la misma palabra, lo que afecta especialmente a los fonemas sonantes líquidos L y R. A lo largo de la degeneración del latín en castellano vemos muchas veces este fenómeno: INTER resulta ENTRE y  SEMPER, SIEMPRE. Esta metátesis también se observa en otras palabras como por ejemplo en CROQUETA, que es un préstamo francés de CROQUETTE , y que se oye muchas veces decir *COCRETA, con cambio de posición del fonema,  *COCLETA, con intercambio de R por L,  y hasta *CROCRETA,  *CROCLETA y *CLOCLETA.  
Otro derivado es dentado que procede del latín DENTATUM, como en el sobrenombre del cónsul Manius Curius Dentatus, Manio Curio Dentado, así llamado porque al parecer había nacido provisto de dentadura, según atestigua Plinio el Viejo. Este cónsul de origen plebeyo de los primeros tiempos de la República romana venció definitivamente y expulsó al rey Pirro,  cuyo nombre propio pasará a la posteridad como adjetivo que califica a una victoria muy ajustada, en la expresión “victoria pírrica”, que se obtiene según el diccionario de la RAE “con más daño del vencedor que del vencido”.   Pirro perdió tantos soldados a pesar de obtener una victoria sobre los romanos que dicen que dijo:  “Otra victoria como esta y volveré solo al Epiro (Grecia)”.
Se oye a veces el refrán “A caballo regalado no le mires el dentado” o  “…no le mires el diente”,  pues los expertos conocen la calidad de un caballo examinando su dentadura. El refrán  da a entender que si se nos regala algo no debemos ser exigentes o excesivamente críticos con la calidad del regalo.
Una dentellada sería una herida producida por un mordisco. Mención aparte merece la palabra dentera que procede de DENTARIAM,  y que alude a una sensación desagradable que se experimenta en los dientes en relación con el gusto, oído y tacto de sustancias irritantes. La dentición sería el proceso de echar la dentadura o endentecer, como se dice de los niños cuando empiezan a echar los dientes. 

Bidente es palabra que no debe confundirse con vidente, participio de presente del verboVIDEO ver,  y que quiere decir que consta de dos dientes y que ha caído prácticamente en desuso. Se denominaban así a una azada de dos picos y a carneros y ovejas por tener doble hilera de dientes
El dentista es el médico especialista en la dentadura, pero esta palabra, demasiado transparente,  ha sido enseguida sustituida por el helenismo odontólogo, compuesto del término griego ODONTO- , que es hermano y sinónimo del latino DENT-, ya que se trata, de hecho, de la misma raíz indoeuropea con distinto vocalismo y prótesis vocálica.
Muy curiosa, por cierto, es la historia de los modernos odontólogos: de sacamuelas iniciales (oficio que solía desempeñar el barbero en el Barroco), pasaron a llamarse dentistas, cuando se dignifica y profesionaliza el oficio, por así decirlo, pero luego con la tremenda helenización de la medicina, se sustituye enseguida por odontólogo, en paralelo a la sustitución de oculista por oftalmólogo.  Parece que el intento de cambiar odontólogo, todavía muy transparente, por estomatólogo no ha tenido mucho éxito todavía, porque induce a error. En efecto la raíz griega estómato- significa “boca”, por lo que la estomatología sería la especialidad médica centrada en la boca del hombre, pero resulta inevitable la confusión con “estómago” por su parecido fonético, aunque estómago se diga en griego gást(e)ro-, como vemos en gastroenteritis, gasterópodo  o gastronomía, siendo la estomatología según la Academia la parte de la medicina que trata de las enfermedades de la boca del hombre, cosa que algunos sólo aceptan a regañadientes.
En relación con la raíz ODONTO-  conservamos helenismos como ortodoncia (orto significa correcto como vemos en ortografía, la escritura correcta),  endodoncia (endo quiere decir dentro, interior, como en endogamia, el matrimonio dentro del clan familiar), y  odontalgia (-algia significa dolor, como en neuralgia o nostalgia, que es el dolor producido por el deseo del regreso).
En el anuncio de una clínica dental griega, puede leerse la palabra inglesa “dentist”, que sigue la raíz latina dent- que estamos estudiando, y encima su nombre en griego: odontiatrei/o, palabra compuesta que puede dividirse en odont( o), la forma griega de la palabra diente,  y iatrei/o, que quiere decir medicina y que observamos todavía en palabras nuestras como pediatría, psiquiatría o geriatría.
Vamos a detenernos en el compuesto tridente, que significa “tres dientes”, y que designa a una lanza de tres puntas que caracteriza al dios del mar Posidón o Neptuno, dado que se utilizaba como arpón para la pesca. Nada más normal que la divinidad de las aguas y de los mares porte como atributo un tridente, que también es un cetro o símbolo de poder. Los poetas latinos se referían a él con epítetos como: tridentífero, tridentígero, que significan ambos "portador del tridente", o tridentipotente, poderoso gracias al tridente.

Cuando los tres dioses y hermanos se repartieron el poderío del mundo, Zeus se quedó con el cielo, Hades con la tierra y el mundo soterraño, y Posidón con el dominio del mar.   Este último, de hecho, en la disputa por la posesión del Ática  con la hija virgen de Zeus que había nacido de la cabeza del dios, la diosa Atenea,  clava su tridente en la acrópolis y hace surgir una fuente de agua salada del mar como símbolo de su poder y toma de posesión de aquel reino, mientras que la diosa, más sabia, planta un pacífico y fructífero olivo, el primero de la región,  y se lo regala a la ciudad. El resto de los dioses, según unos, o la propia ciudad, según otros, agradecida, juzgan cuál de los dos portentos les merece más aprobación,  y el veredicto de ese juicio designa vencedora a la diosa virgen, concediéndole el patronazgo de aquella comarca. Poco tiempo después se levantará en aquella misma atalaya un templo en mármol blanco resplandeciente dedicado a la diosa Virgen (que en griego se dice párthenos): el Partenón. La diosa, por su parte, cuyo nombre propio en singular era  Atena (o Atenea) le prestará su nombre, en plural, a la ciudad, Atenas, ciudad que, por otra parte, aunque se haya inclinado en este juicio por la agricultura, no rehusará sin embargo abrise al mar y al mundo desde su puerto del Pireo, convertido ya hoy en día en un barrio más de la gran ciudad.
Con el paso del tiempo encontraremos también este tridente en la representación de los demonios y diablos cristianos como atributo satánico. ¿Cómo llegó hasta ahí? Tal vez porque era el símbolo de un dios pagano, es decir, no cristiano, y nada más lógico que caracterizar al anticristo con un atributo de la vieja religión politeísta.  Es por lo tanto un símbolo de poder y de violencia, una suerte de cetro.

Era el tridente o fúscina también el arma del reciario romano (derivado de RETIARIUS y este de RETE, red, quien utilizaba la red para envolver y paralizar a su adversario en la arena), que luchaba contra el mirmidón, armado con la espada, GLADIUS, que da nombre al gladiador. El reciario portaba pues un equipamiento similar al de un pescador: el tridente, a modo de arpón, la red y una daga corta, sus únicas armas tanto para la defensa como para el ataque. El tridente se componía de dos piezas: una vara de madera que constituía el mango,  y el tridente propiamente dicho, tres puntas dentadas de metal. Las representaciones de tridentes en los mosaicos de gladiadores muestran sin embargo tres  puntas simples, sin diente a modo de arpón, de modo que el tridente podía clavarse en las carnes del rival pero no produciría el desgarro típico de un arponazo al retirarlo.


El tridente  es, pues, un instrumento de pesca arrojadizo, cuyo extremo metálico tiene varias espigas punzantes, casi siempre de hierro, rara vez de bronce, generalmente tres, de ahí su nombre tri-dente, engastada en un largo astil de madera que solía ser de olivo, debido a su resistencia y fortaleza. Era útil en la pesca nocturna y especialmente en las pesquerías de atunes, como cuenta Opiano que hacían los tracios en las aguas del Mar Negro. Las embarcaciones faenaban  durante la noche portando lámparas o antorchas encendidas, cuya luz atraía a los peces que se arremolinaban en torno al bote pesquero, que completaba su labor  con redes de cerco útiles para la captura del banco entero de peces, siendo blanco de fácil acierto para la destreza de los arponeros.
Podríamos citar todavía muchas más palabras que han caído en desuso porque las realidades que nombran han quedado obsoletas, y es que en la lengua, que se comporta como un organismo vivo, están entrando y saliendo constantemente palabras, de forma que es imposible hacer un diccionario que las recoja a todas de una vez para siempre. Tal es el caso del dentejón, por ejemplo, que era el yugo propio para uncir los bueyes a la carreta, o el dental, el  palo en que se encajaba la reja del arado, o el trente o la trente, que de ambas maneras se decía (deriva de tridentem) en el ámbito rural de Cantabria, donde designa a un bieldo tredentudo  o palaganchos con tres dientes  de hierro o más, entre muchas otras que ya no dicen nada a las nuevas generaciones, que desconocen las realidades que reflejan esas palabras.  
Un epigrama de Marcial (el setenta y seis del libro I)  nos presenta a una tal Elia, un pseudónimo como siempre hace por delicadeza este autor, una anciana que sólo tenía cuatro dientes (no se conocía todavía la dentadura postiza), y que tras un ataque de tos quedó desdentada.
  Si memini, fuerant tibi quattuor, Aelia, dentes:
      Expulit una duos tussis et una duos.
  Iam secura potes totis tussire diebus:
      Nil istic quod agat tertia tussis habet.
No me resisto a ofrecer la traducción de Argensola de este gracioso epigrama: Cuatro dientes te quedaron, / si bien me acuerdo; mas dos, / Elia, de una tos volaron, / los otros dos de otra tos. / Seguramente toser / puedes ya todos los días, / pues no tiene en tus encías / la tercera tos que hacer.
Como prueba de que seguimos hablando latín sin percatarnos de que esta lengua que hablamos es latín,  un latín degenerado o mal hablado pero completamente reconocible y transparente,  tenemos aquí la denominación de los dientes que componen la dentadura humana:


Incisivo lateral: De INCISIVUS, y este de INCISUS, que es el participio del verbo INCIDO, que significa “cortar”, o hacer una incisión; y de LATUS LATERIS “lado, costado”.
Incisivo central: de CENTRUM –I: que es el centro.
Canino: De CANINUS –A –UM  y este relacionado con CANIS –IS, de donde viene nuestro can, por lo que significa relativo al perro, mordaz, agresivo.
Premolar: Los dientes premolares y molares son los posteriores, en ese orden a los caninos. El prefijo PRE- procede de PRAE- y significa anterior, ya que son anteriores a las muelas.
Molar:  Del adjetivo MOLARIS –E, y este del sustantivo MOLA –AE, la muela de molino, y, por comparación con su forma, el diente molar, e incluso en castellano viejo un cerro escarpado de cima plana. No se pierda de vista el cambio vocálico que le afecta a la o breve y tónica latina, que diptonga en ue en su evolución a la lengua de Castilla, por lo que, MOLAM pasa a muela. Todo ello nos lleva al verbo MOLO, y de ahí a nuestro amolar, moler, moledura, molienda, moliente, molino y remolino. Mención especial en este punto merecen el verbo INMOLAR,  que usamos como sinónimo de sacrificar, dado que los romanos antes de hacer un sacrificio esparcían la “mola” o harina sagrada de trigo tostada y mezclada con sal espolvoreándola sobre el testuz de las víctimas, y la palabra EMOLUMENTO, que usamos con el sentido de remuneración adicional por el desempeño de un cargo o empleo,  y que era propiamente la ganancia del molinero.
Primero: Palabra patrimonial derivada de PRIMARIUS, de donde procede también el cultismo primario.
Segundo: De SECUNDUS –A –UM “siguiente”.
Tercero: Palabra patrimonial derivada de TERTIARIUS, de donde procede también el cultismo terciario.
Muela del juicio: De MOLA –AE y IUDICIUM –I “juicio”. Se denominaban así a las muelas que en la edad adulta nacían en las extremidades de las mandíbulas humanas, y se consideraba que conferían el “juicio” o sensatez a las personas.
A propósito de la dentadura y de la higiene bucal, citaremos, por último, el poema burlesco  XXXIX de Catulo, en versos coliambos o yambos cojitrancos (que cojean a contratiempo en el último pie),  donde ridiculiza a un tal Egnacio que sonríe en cualquier ocasión, incluso en las menos propensas a la risa, y lo hace para mostrar la blancura de sus dientes. Al final se cita una curiosa costumbre de higiene bucal que, según el poeta, practicaban los celtíberos.



Egnacio, porque tiene blancos los dientes,
sonríe a todas horas. Ante el banquillo
de un reo, cuando mueve a llanto el letrado,
él ríe. Cuando rota, frente a la pira,
la madre llora a su hijo único muerto, 
él ríe. Sea lo que sea, doquiera
y haga lo que haga, ríe. Tiene tal vicio,
me consta , no elegante ni de buen gusto.
Por tanto, buen Egnacio, debo advertirte.
Aunque romano o tiburtino o sabino
fueras o austero umbro o grueso toscano
o lanuvino bien moreno y dentado
o traspadano, por citar a los míos,
u otro que limpie bien cualquiera su boca,
me gustaría tú que siempre no rieras:
Nada hay más bobo que una boba sonrisa.
Eres celtíbero: en celtíbera tierra
con lo que cada cual meó al levantarse,
enjuaga dentadura y, roja, la encía;
así que cuanto más deslumbren tus dientes,
pregonarán que más orina tragaste.

FACIES -EI: cara

La palabra cara no procede del latín, sino probablemente del griego ka/ra, con igual pronunciación y con el significado de cabeza. Está atestiguada en nuestra lengua desde el siglo XII, y son muy numerosos sus compuestos como careta, que es el nombre de la máscara que se coloca delante de la cara, y también  careto. Curioso derivado es el careo, la acción y el resultado de carearse, o sea, poner a una o varias personas en presencia de otra u otras, cara a cara, con objeto de apurar la verdad de dichos o hechos, a fin de resolver, normalmente, algún asunto espinoso.
Al hecho de afrontar, esto es, de hacer frente a  una situación, lo llamamos encarar, y cuando uno ha perdido el respeto decimos que es un descarado, situación en la que debería caérsele la cara de vergüenza.
Hay muchas palabras compuestas que comienzan con cara-, como cariacontecido, adjetivo con el que calificamos a quien muestra en su semblante algún sentimiento de pena o temor; cariancho, carilargo y carirredondo, por su parte,  no necesitan mayor explicación.
En latín cara se decía FACIEM, de donde nos viene a nosotros el cultismo faz y la palabra patrimonial haz. La evolución, tras la pérdida de la M final,  FACIE, hizo que el grupo CI  pasara en castellano a Z,  FAZE, perdiéndose la E en final de palabra y obteniendo el cultismo FAZ. De ahí, por influjo vasco, la F- inicial latina pasó a H- aspirada, perdiéndose la aspiración a partir del siglo XVI, pero manteniéndose la letra en la escritura por el afán conservador que tiene ésta y que la RAEL le imprime a la lengua, llegando a la forma HAZ, como en la expresión el haz de la tierra, que alterna con la faz de la tierra, que aluden ambas a  la superficie terrestre. 
Se utiliza la palabra antifaz (compuesta de ante y de faz) para denominar a la máscara o careta que se pone delante para cubrir  la cara o, más en concreto, los ojos; máscara que, por cierto, se llamaba en latín PERSONA, palabra esta que ha alcanzado una dignidad exagerada en nuestro mundo moderno, desde su compuesto personalidad hasta el verbo personalizar, que tanto se utiliza como sinónimo de individualizar.

En Roma la PERSONA era la máscara del actor teatral, que servía para caracterizarlo como personaje trágico o cómico, repárese en la relación de ambas palabras,  y a la vez servía como caja de resonancia para la voz, como altavoz. Lo que nos sugiere la etimología de la palabra PERSONA es que la persona, y su correspondiente personalidad, no son más que una máscara, una careta, un antifaz que nos ponemos para disfrazar nuestra auténtica cara, da igual que sea dura o blanda; la máscara oculta a la vez que muestra nuestro rostro.

¿Cómo es esa auténtica cara que se supone que está oculta detrás de la máscara, detrás de la persona y que caracteriza al personaje? La pregunta queda, una vez formulada,  flotando en el aire, no esperando una respuesta, que tal vez no la tenga, sino haciendo que nos cuestionemos al menos nuestra propia personalidad.

En otro orden de cosas, cuando hablamos en botánica de las hojas de las plantas, distinguimos el haz y el envés, que son como la cara y la cruz de la moneda, o el anverso y el reverso. El haz es la cara superior de una hoja, que suele ser más brillante y lisa,y con nervadura menos patente que la cara inferior o envés.
Del diminutivo francés facette, procedente de FACIEM, tenemos en español faceta, con el que nos referimos a los aspectos que tiene una cosa,   y el término polifacético se aplica a lo que presenta muchas facetas o aspectos.
Del adjetivo latino FACIALIS “relativo a la cara”, hemos heredado nosotros facial, con el mismo significado. Y de la palabra compuesta latina SUPER-FICIEM, derivada de FACIEM, tenemos nosotros nuestra superficie, con que aludimos al aspecto externo de algo, es decir, a la cara, que suele ser el espejo del alma, según el refrán, de donde procede nuestro adjetivo superficial
Del italiano faccia, derivado de FACIEM, nos ha llegado a nosotros la facha, es decir la figura o el aspecto,  y la  fachada, cada una de las caras de un edificio, aunque generalmente nos referimos, si no especificamos, a la principal, no a la trasera o la orientada al norte o al este. La desfachatez de una persona sería lo mismo que el descaro.

Dejamos para el final uno de los derivados más curiosos de FACIEM, nuestra preposición hacia,  contracción de la expresión castellana vieja faze a con el significado “de cara a”. Ir hacia alguien sería etimológicamente, según esto,  ir de frente o de cara a alguien.
 Tomado de LOPE DE VEGA CLÁSICO