Analizamos la biografía de la palabra latina
DENS, cuya raíz DENT- como podemos ver en la forma del Acusativo
DENT-EM, evoluciona en romance a DENTE tras la caída de la M final, que
aunque se escribía ya no debía de pronunciarse en latín vulgar, como
nuestra hache a principio de palabra, y así quedará en
italiano y en portugués, mientras que en francés perderá la –e final,
nasalizándose la vocal precedente, pero
en castellano la E breve latina portadora del acento de palabra diptongará en IE, y el resultado, por lo tanto, será DIENTE.
Conservamos la raíz en los
adjetivos dental o dentario, que se refieren a lo que
está relacionado con el diente; en dentón o dentudo, que son
denominaciones coloquiales de quien tiene los dientes muy grandes o
desproporcionados; en dentífrico,
que es un compuesto de FRICO, el verbo frotar como vemos en su derivado fricción , y que también significa limpiar, restregar, pulimentar, y
evoluciona a fregar, de hecho, partiendo de su infinitivo de la
siguiente forma: FRICARE > FRICAR > FRIGAR
> FREGAR. Por lo tanto, el dentífrico sería la pasta que
se utiliza para limpiar la dentadura. La forma *dentrífico es un barbarismo que pone de relieve que se ha perdido la conciencia
etimológica de esta palabra, pero que se explica fonéticamente como metátesis
simple: un sonido cambia de lugar dentro de la estructura de la misma palabra,
lo que afecta especialmente a los fonemas sonantes líquidos L y R. A lo largo
de la degeneración del latín en castellano vemos muchas veces este fenómeno: INTER resulta
ENTRE y SEMPER, SIEMPRE. Esta metátesis
también se observa en otras palabras como por ejemplo en CROQUETA, que es un
préstamo francés de CROQUETTE , y que se oye muchas veces decir *COCRETA, con
cambio de posición del fonema, *COCLETA,
con intercambio de R por L, y hasta
*CROCRETA, *CROCLETA y *CLOCLETA.
Otro derivado es dentado que procede del
latín DENTATUM, como en el sobrenombre del cónsul Manius Curius Dentatus, Manio
Curio Dentado, así llamado porque al parecer había nacido provisto de
dentadura,
según atestigua Plinio el Viejo. Este cónsul de origen plebeyo de los primeros
tiempos de la República romana venció definitivamente y expulsó al rey Pirro, cuyo nombre propio pasará a la posteridad como
adjetivo que califica a una victoria muy ajustada, en la expresión “victoria
pírrica”, que se obtiene según el diccionario de la RAE “con más daño del
vencedor que del vencido”. Pirro perdió
tantos soldados a pesar de obtener una victoria sobre los romanos que dicen que
dijo: “Otra victoria como esta y volveré
solo al Epiro (Grecia)”.
Se oye a veces el refrán “A caballo regalado no
le mires el dentado” o “…no le mires
el diente”, pues los expertos conocen la calidad de un
caballo examinando su dentadura. El refrán da a entender que si
se nos regala algo no debemos ser exigentes o excesivamente críticos con la
calidad del regalo.
Una dentellada sería una herida producida por un mordisco. Mención aparte merece
la palabra dentera que procede de DENTARIAM, y que alude a una sensación desagradable que
se experimenta en los dientes en relación con el gusto, oído y tacto de
sustancias irritantes. La dentición sería el proceso de echar
la dentadura
o endentecer, como se dice de los niños cuando empiezan a echar
los
dientes.
Bidente es palabra que no debe
confundirse con vidente, participio de presente del verboVIDEO ver, y que quiere decir que consta de dos dientes
y que ha caído prácticamente en desuso. Se denominaban así a una azada de dos
picos y a carneros y ovejas por tener doble hilera de dientes.
El dentista es el médico
especialista en la dentadura, pero esta palabra, demasiado transparente, ha sido enseguida sustituida por el helenismo odontólogo,
compuesto del término griego ODONTO- , que es hermano y sinónimo del latino
DENT-, ya que se trata, de hecho, de la misma raíz indoeuropea con distinto
vocalismo y prótesis vocálica.
Muy curiosa, por cierto, es la
historia de los modernos odontólogos: de sacamuelas iniciales (oficio
que solía desempeñar el barbero en el Barroco), pasaron a llamarse dentistas, cuando se
dignifica y profesionaliza el oficio, por así decirlo, pero luego con la tremenda
helenización de la medicina, se sustituye enseguida por odontólogo, en paralelo a
la sustitución de oculista por oftalmólogo. Parece que el intento de cambiar odontólogo,
todavía muy transparente, por estomatólogo no ha tenido mucho éxito todavía,
porque induce a error. En efecto la raíz griega estómato- significa “boca”, por lo que la estomatología sería la
especialidad médica centrada en la boca del hombre, pero resulta inevitable la
confusión con “estómago” por su parecido fonético, aunque estómago se diga en
griego gást(e)ro-, como vemos en gastroenteritis, gasterópodo o gastronomía,
siendo la estomatología según la Academia la parte de la medicina
que trata de las enfermedades de la boca del hombre, cosa que algunos sólo
aceptan a regañadientes.
En relación con la raíz ODONTO- conservamos helenismos como ortodoncia (orto significa correcto como vemos en ortografía, la escritura correcta), endodoncia (endo quiere decir dentro, interior, como en endogamia, el
matrimonio dentro del clan familiar), y odontalgia (-algia significa dolor, como en neuralgia o nostalgia, que es el dolor producido
por el deseo del regreso).
En el anuncio de una clínica
dental griega, puede leerse la palabra inglesa “dentist”, que sigue la
raíz latina dent- que estamos estudiando, y encima su nombre en griego: odontiatrei/o, palabra compuesta que puede
dividirse en odont( o), la forma griega de la palabra diente,
y iatrei/o,
que quiere decir medicina y que
observamos todavía en palabras nuestras como pediatría, psiquiatría o geriatría.
Vamos a detenernos en el
compuesto tridente, que significa “tres dientes”, y que designa a una
lanza de tres puntas que caracteriza al dios del mar Posidón o Neptuno, dado
que se utilizaba como arpón para la pesca. Nada más normal que la divinidad de
las aguas y de los mares porte como atributo un tridente, que también es
un cetro o símbolo de poder. Los poetas latinos se referían a él con epítetos como: tridentífero, tridentígero, que significan ambos "portador del tridente", o tridentipotente, poderoso gracias al tridente.
Cuando los tres dioses y hermanos se repartieron el poderío del mundo, Zeus se quedó con el cielo, Hades con la tierra y el mundo soterraño, y Posidón con el dominio del mar. Este último, de hecho, en la disputa por la posesión del Ática con la hija virgen de Zeus que había nacido de la cabeza del dios, la diosa Atenea, clava su tridente en la acrópolis y hace surgir una fuente de agua salada del mar como símbolo de su poder y toma de posesión de aquel reino, mientras que la diosa, más sabia, planta un pacífico y fructífero olivo, el primero de la región, y se lo regala a la ciudad. El resto de los dioses, según unos, o la propia ciudad, según otros, agradecida, juzgan cuál de los dos portentos les merece más aprobación, y el veredicto de ese juicio designa vencedora a la diosa virgen, concediéndole el patronazgo de aquella comarca. Poco tiempo después se levantará en aquella misma atalaya un templo en mármol blanco resplandeciente dedicado a la diosa Virgen (que en griego se dice párthenos): el Partenón. La diosa, por su parte, cuyo nombre propio en singular era Atena (o Atenea) le prestará su nombre, en plural, a la ciudad, Atenas, ciudad que, por otra parte, aunque se haya inclinado en este juicio por la agricultura, no rehusará sin embargo abrise al mar y al mundo desde su puerto del Pireo, convertido ya hoy en día en un barrio más de la gran ciudad.
Cuando los tres dioses y hermanos se repartieron el poderío del mundo, Zeus se quedó con el cielo, Hades con la tierra y el mundo soterraño, y Posidón con el dominio del mar. Este último, de hecho, en la disputa por la posesión del Ática con la hija virgen de Zeus que había nacido de la cabeza del dios, la diosa Atenea, clava su tridente en la acrópolis y hace surgir una fuente de agua salada del mar como símbolo de su poder y toma de posesión de aquel reino, mientras que la diosa, más sabia, planta un pacífico y fructífero olivo, el primero de la región, y se lo regala a la ciudad. El resto de los dioses, según unos, o la propia ciudad, según otros, agradecida, juzgan cuál de los dos portentos les merece más aprobación, y el veredicto de ese juicio designa vencedora a la diosa virgen, concediéndole el patronazgo de aquella comarca. Poco tiempo después se levantará en aquella misma atalaya un templo en mármol blanco resplandeciente dedicado a la diosa Virgen (que en griego se dice párthenos): el Partenón. La diosa, por su parte, cuyo nombre propio en singular era Atena (o Atenea) le prestará su nombre, en plural, a la ciudad, Atenas, ciudad que, por otra parte, aunque se haya inclinado en este juicio por la agricultura, no rehusará sin embargo abrise al mar y al mundo desde su puerto del Pireo, convertido ya hoy en día en un barrio más de la gran ciudad.
Con el paso del tiempo
encontraremos también este tridente en la representación
de los demonios y
diablos cristianos como atributo satánico. ¿Cómo llegó hasta ahí? Tal
vez porque era el símbolo de un dios pagano, es decir, no cristiano, y
nada más lógico que caracterizar al anticristo con un atributo de la
vieja religión politeísta. Es por lo tanto un símbolo de poder y de
violencia, una suerte de cetro.
Era el tridente o fúscina también el arma del reciario romano (derivado de RETIARIUS y este de RETE, red, quien utilizaba la red para envolver y paralizar a su adversario en la arena), que luchaba contra el mirmidón, armado con la espada, GLADIUS, que da nombre al gladiador. El reciario portaba pues un equipamiento similar al de un pescador: el tridente, a modo de arpón, la red y una daga corta, sus únicas armas tanto para la defensa como para el ataque. El tridente se componía de dos piezas: una vara de madera que constituía el mango, y el tridente propiamente dicho, tres puntas dentadas de metal. Las representaciones de tridentes en los mosaicos de gladiadores muestran sin embargo tres puntas simples, sin diente a modo de arpón, de modo que el tridente podía clavarse en las carnes del rival pero no produciría el desgarro típico de un arponazo al retirarlo.
Era el tridente o fúscina también el arma del reciario romano (derivado de RETIARIUS y este de RETE, red, quien utilizaba la red para envolver y paralizar a su adversario en la arena), que luchaba contra el mirmidón, armado con la espada, GLADIUS, que da nombre al gladiador. El reciario portaba pues un equipamiento similar al de un pescador: el tridente, a modo de arpón, la red y una daga corta, sus únicas armas tanto para la defensa como para el ataque. El tridente se componía de dos piezas: una vara de madera que constituía el mango, y el tridente propiamente dicho, tres puntas dentadas de metal. Las representaciones de tridentes en los mosaicos de gladiadores muestran sin embargo tres puntas simples, sin diente a modo de arpón, de modo que el tridente podía clavarse en las carnes del rival pero no produciría el desgarro típico de un arponazo al retirarlo.
El tridente
es, pues, un instrumento de pesca arrojadizo, cuyo extremo metálico tiene
varias espigas punzantes, casi siempre de hierro, rara vez de bronce,
generalmente tres, de ahí su nombre tri-dente, engastada en un largo
astil de madera que solía ser de olivo, debido a su resistencia y fortaleza.
Era útil en la pesca nocturna y especialmente en las pesquerías de atunes, como
cuenta Opiano que hacían los tracios en las aguas del Mar Negro. Las
embarcaciones faenaban durante la noche
portando lámparas o antorchas encendidas, cuya luz atraía a los peces que se
arremolinaban en torno al bote pesquero, que completaba su labor con redes de cerco útiles para la captura del
banco entero de peces, siendo blanco de fácil acierto para la destreza de los
arponeros.
Podríamos citar todavía muchas
más palabras que han caído en desuso porque las realidades que nombran han
quedado obsoletas, y es que en la lengua, que se comporta como un organismo
vivo, están entrando y saliendo constantemente palabras, de forma que es
imposible hacer un diccionario que las recoja a todas de una vez para siempre.
Tal es el caso del dentejón, por ejemplo, que era el yugo propio para uncir los
bueyes a la carreta, o el dental, el palo en que se encajaba la reja del arado,
o el trente o la trente, que de ambas maneras se decía (deriva de tridentem) en el ámbito rural de Cantabria, donde designa a un bieldo tredentudo o palaganchos con tres dientes de hierro o más, entre muchas otras que ya no dicen nada a las nuevas generaciones, que
desconocen las realidades que reflejan esas palabras.
Un epigrama de Marcial (el
setenta y seis del libro I) nos presenta
a una tal Elia, un pseudónimo como siempre hace por delicadeza este autor, una anciana que sólo tenía cuatro dientes (no se conocía
todavía la dentadura postiza), y que tras un ataque de tos quedó desdentada.
Si memini,
fuerant tibi quattuor, Aelia, dentes:
Expulit una duos tussis et una duos.
Iam secura potes totis tussire diebus:
Nil istic
quod agat tertia tussis habet.
No me resisto a ofrecer la
traducción de Argensola de este gracioso epigrama: Cuatro dientes te
quedaron, / si bien me acuerdo;
mas dos, / Elia, de una tos
volaron, / los otros dos de otra
tos. / Seguramente toser / puedes ya todos los
días, / pues no tiene en tus
encías / la tercera tos que
hacer.
Como prueba de que seguimos
hablando latín sin percatarnos de que esta lengua que hablamos es latín, un latín
degenerado o mal hablado pero completamente reconocible y transparente, tenemos aquí la denominación de los dientes que
componen la dentadura humana:
Incisivo lateral: De INCISIVUS, y este de INCISUS, que es el
participio del verbo INCIDO, que significa “cortar”, o hacer una incisión; y de
LATUS LATERIS “lado, costado”.
Incisivo central: de CENTRUM –I: que es el centro.
Canino: De CANINUS –A –UM y
este relacionado con CANIS –IS, de donde viene nuestro can, por lo que significa relativo al perro, mordaz, agresivo.
Premolar: Los dientes premolares y molares son los posteriores, en
ese orden a los caninos. El prefijo PRE- procede de PRAE- y significa anterior, ya que son anteriores a las muelas.
Molar: Del adjetivo MOLARIS
–E, y este del sustantivo MOLA –AE, la muela de molino, y, por comparación con
su forma, el diente molar, e incluso en castellano viejo un cerro escarpado de
cima plana. No se pierda de vista el cambio vocálico que le afecta a la o breve
y tónica latina, que diptonga en ue en
su evolución a la lengua de Castilla, por lo que, MOLAM pasa a muela.
Todo ello nos lleva al verbo MOLO, y de ahí a nuestro amolar, moler, moledura, molienda, moliente, molino y remolino.
Mención especial en este punto merecen el verbo INMOLAR, que usamos como sinónimo de sacrificar, dado que los romanos antes
de hacer un sacrificio esparcían la “mola” o harina sagrada de trigo tostada y
mezclada con sal espolvoreándola sobre el testuz de las víctimas, y la palabra
EMOLUMENTO, que usamos con el sentido de remuneración adicional por el
desempeño de un cargo o empleo, y que era
propiamente la ganancia del molinero.
Primero: Palabra patrimonial derivada de PRIMARIUS, de donde procede también el cultismo primario.
Segundo: De SECUNDUS –A –UM
“siguiente”.
Tercero: Palabra patrimonial
derivada de TERTIARIUS, de donde procede también el cultismo terciario.
Muela del juicio: De MOLA –AE y IUDICIUM –I “juicio”. Se
denominaban así a las muelas que en la edad adulta nacían en las extremidades
de las mandíbulas humanas, y se consideraba que conferían el “juicio” o
sensatez a las personas.
Egnacio, porque
tiene blancos los dientes,
sonríe a todas
horas. Ante el banquillo
de un reo, cuando
mueve a llanto el letrado,
él ríe. Cuando
rota, frente a la pira,
la madre llora a
su hijo único muerto,
él ríe. Sea lo que
sea, doquiera
y haga lo que
haga, ríe. Tiene tal vicio,
me consta , no
elegante ni de buen gusto.
Por tanto, buen
Egnacio, debo advertirte.
Aunque romano o
tiburtino o sabino
fueras o austero
umbro o grueso toscano
o lanuvino bien
moreno y dentado
o traspadano, por
citar a los míos,
u otro que limpie
bien cualquiera su boca,
me gustaría tú que
siempre no rieras:
Nada hay más bobo
que una boba sonrisa.
Eres celtíbero: en
celtíbera tierra
con lo que cada
cual meó al levantarse,
enjuaga dentadura y, roja, la encía;
así que cuanto más
deslumbren tus dientes,
pregonarán que más
orina tragaste.
Tomado de LOPE DE VEGA CLÁSICO
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