la palabra lavabo tiene su origen en un verbo latino, y no en un sustantivo. Es el futuro imperfecto del verbo latino lavo (1): lavar. Es decir, lavabo significa
literalmente: ‘lavaré’. Es curioso e interesante saber que el
significado actual se lo debemos, en principio, a la liturgia católica.
Cuando la misa se decía en latín, antes del Concilio Vaticano II
(1965), el sacerdote, tras el ofertorio, se mojaba los dedos con un poco
de agua para purificar sus manos, mientras recitaba una parte del Salmo
XXV que dice:
«Lavabo inter innocentes manus meas», (‘lavaré mis manos entre los inocentes’).
Después, tomaba una toallita para secarse. El pueblo, que de latín no sabía ni papa, supuso que lavabo era el nombre de la toallita, y así la llamaron. Cuando en casa se secaban las manos lo hacían con “el lavabo”.
Con el correr del tiempo, el lavabo (la toallita) cedió su nombre a la habitación donde la gente se lavaba y se aseaba. Entonces, lavabo pasó
a ser el cuarto de baño. Al final, el nombre le quedó en exclusiva, al
objeto sanitario en el que nos lavamos y que casi siempre tiene por
compañero un espejo.