Sirva esta pequeña anécdota para ilustrar lo burros que han
sido siempre los fascistas —en este país y en el ajeno—y de qué modo cretino,
majadero e ignorante han intentado aprovecharse de la Historia de España, de la
Literatura o de la Cultura a su favor, cuando por norma general lo primero que deberían
haber hecho es estudiarlas. Afortunadamente, y también como norma, solo han
conseguido señalarse como los más auténticos zotes que se hayan escapado de
aula alguna, sin excluir esta fuga la de los legítimos moradores que consiguen
hacer lo propio de muladares y cochiqueras.
Los visitantes de Salamanca quizás se vean sorprendidos al
notar que los muros de la Universidad, cara norte, que dan a la plaza de Anaya,
están todavía marcados con ese famoso signo que adoptó el fascio español tras
la victoria de sus ejércitos: me refiero al monograma que se lee vitor (o
victor). Sepa el curioso que ese signo se grababa cada vez que una tesis
doctoral era defendida con éxito en la Facultad desde tiempos medievales. A los
falangistas salmantinos, al ser la ciudad tomada a los pocos días de la
sublevación de julio de 1936, les dio por identificar esta victoria con la
propia, aunque fuese difícil equiparar la que se consigue con la inteligencia
con la que se hurta fusil al hombro. La repesca ideológica y bullanguera del
Falangismo español se adueñó, como digo, impropiamente del monograma, y llegó a
dibujar en esas mismas paredes el signo, bajo el que un insigne latinista
escribió:
Generalissimo Franco Mil. Hisp. Glor.
Lo que sin abreviaturas y semitraducido debería escribirse
Generalísimo Franco, Miles Hispanus Gloriosus.
Dejo la última parte sin traducir porque aquí es donde el
asunto cobra su miga: la traducción literal es, como cabe sospechar, militar
glorioso. Sin embargo, hasta el alumno más zote y menos familiarizado con las
obras de Plauto conoce que, como personaje teatral, el miles gloriosus ha
pasado a ser un tipo reconocible en las tablas, al igual que lo es el criado
gracioso o el viejo avaro, y que corresponde a aquel personaje (militar o no)
del que se burlan todos solapadamente por ser un fanfarrón, un falso matasiete
y un héroe de pacotilla que, aunque anuncia a voz en grito que él solo es capaz
de aniquilar a un ejército, se muere de miedo en cuanto asoma medio enemigo en
el horizonte.
Afortunadamente para el latinista de turno, nadie de los
seguidores del Alegre Régimen algo más ducho en latines le vio rendir tal
homenaje al Caudillo: en caso contrario, lo más probable es que hubiese sido
fusilado. O quizás encarcelado y enviado, como trabajador voluntario, a picar
piedra al Valle de los Caídos.