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domingo, 3 de septiembre de 2017
domingo, 13 de agosto de 2017
sábado, 11 de febrero de 2017
Más, más ... insultos en latín
Cómo insultar en latín con
elegancia.
El
latín es el idioma más eficiente a la hora de insultar a alguien. Cada actitud
inapropiada, torpe, o directamente criminal, poseía un insulto específico. Este
nivel de excelencia se justifica por una sencilla razón: los romanos valoraban
enormemente la fuerza del insulto, y lo convirtieron en una parte esencial del
habla cotidiana.
Comenzaremos
por algunos insultos en latín de baja frecuencia, por clasificarlos de algún
modo, y luego analizaremos los insultos más fuertes y creativos. También es
importante mencionar que las traducciones de estos insultos en latín, en muchos
casos, no significan una gran ofensa para nosotros, pero en la época de los
romanos eran tomados como verdaderas afrentas.
Uno
de los insultos más frecuentes en latín era stulte, «estúpido». Para
elevar la apuesta se recurría a stultissime, es decir, «completo
estúpido»; o bien stultissimi, en el caso de querer insultar a un grupo de
perfectos estúpidos; aunque en este último caso también se podía emplear fungi,
literalmente, «hongos», insulto de carácter sectario que hacía referencia a los
sujetos provincianos.
A
la persona con malos hábitos a la hora de comer, que para los parámetros
romanos debía ser alguien realmente grosero, se le llamaba ructator, «eructador». Si
el sujeto poseía modales aún más rústicos se le endosaba el título de ructabunde,
«bolsa de pedos», o bien de sterculinum, «letrina».
A
un individuo que no entendía claramente lo que se le decía se le llamaba fatue,
«tonto». Si su poder de comprensión era todavía más deficiente se apelaba a caudex,
«idiota», pero únicamente cuando se hacía referencia a su perplejidad. Al que
sí entendía pero que necesitaba que se le repitiera lo dicho se le llamaba nugator,
que elegantemente podríamos traducir como «insignificante», aunque en realidad
expresaba más bien cierta impaciencia en relación con la nulidad auditiva del
otro.
Si
uno deseaba manifestar cierta superioridad social sobre el otro se lo llamaba vappa,
término intraducible que refiere a cierto vino agrio y desagradable. Si la
superioridad era intelectual, se le decía matula, literalmente, «vasija»,
acaso en relación a una cabeza vacía.
En
el caso de que alguien fracasara en una tarea determinada se lo llamaba malus
nequamque, literalmente, «malo para todo», aunque para nosotros
resultaría más adecuado «bueno para nada».
A
quien cometía una indiscreción fuera de lugar, o bien traicionaba un secreto,
se le decía bucco, «bocón», básicamente un alcahuete. Este era un insulto
severo, que podía ir acompañado por caenum, «sucio»; spurce, «mugroso», o
stercoreus, «sorete».
Buena
parte de los insultos en latín tienen que ver con la higiene personal. Por
ejemplo, luteus, «embarrado», indicaba a alguien cuyas ropas estaban
sucias; oraputide, o «boca podrida», a alguien con mal aliento.
Aquellos que despedían demasiado olor a transpiración eran llamados putide,
«apestoso», lutulente, «mugriento»; o tramas, «basura».
El
aseo capilar también era muy importante en la vida de los romanos; de tal modo
que el término pediculose, «piojoso», recaía tanto a los que sufrían de
pediculosis como a aquellos de cabellera desprolija.
Uno
de los aspectos más interesantes de los insultos en latín es su relación con la
cultura criminal. De hecho, buena parte de los insultos en latín tienen que ver
con la idea de scelus, o «crimen», entendido menos como una actitud ilegal que
como una contravención de las normas morales.
Un
verbero, «avergonzado», se refería a alguien con un pasado vergonzoso. En la
vida política de Roma era un insulto letal; lo mismo que fugitive, «fugitivo»,
con el tremendo peso coyuntural de la época, donde solo una persona esclava
podía ser considerada fugitiva.
El
sujeto que cometía un hurto era llamado fur, «ladrón»; insulto que entre las
personas públicas se transformaba en un desconcertante trifur, literalmente,
«triple ladrón». La fuerza de este tipo de acusaciones queda evidenciada en la
palabra furcifer, que literalmente significa «portador del ladrón», y
en términos prácticos, «horca». Para otro tipo de crímenes se recurría al más
civilizado cruciarus, es decir, alguien que merecía ser crucificado.
Ahora
bien, para despedirnos pasaremos a los insultos en latín más fuertes.
Por
razones obvias deberemos obrar con prudencia a la hora de traducirlos, en
algunos casos, apelando a ciertos refinamientos que no están presentes en el
original
Paedicabo
ego vos significa algo así como «voy a romperte
el c*». Este insulto era exclusivo entre hombres, lo mismo que Irrumabo ego vos, «voy a c* por la
boca», o más elegantemente, voy a obligarte a que me practiques una felación;
frente a lo cual uno podría responder que el otro duros nequeunt movere lumbos,
es decir, que es incapaz de tener una erección.
Un
insulto en latín bastante frecuente era cinaede, «afeminado»; o pathice,
un hombre que disfruta con ser penetrado. Con el mismo significado, aunque con
menos refinamiento, se utilizaba el término puttus, «puto».
Frente
a este tipo de acusaciones normalmente se le oponía el término
mentula, alguien de escasa dotación viril.
Tomado de: http://elespejogotico.blogspot.com.es/2017/02/como-insultar-en-latin-con-elegancia.html?m=1
Tomado de: http://elespejogotico.blogspot.com.es/2017/02/como-insultar-en-latin-con-elegancia.html?m=1
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