Blog creado, en un principio, para poder aprender a utilizarlo como herramienta didáctica.
domingo, 22 de enero de 2012
sábado, 21 de enero de 2012
DE LA "BICI" A LA "ENCICLOPEDIA"
Los griegos, que conocían perfectamente el giro y la idea de vuelta, acuñaron la palabra kýklos, ‘círculo’. Habían observado el carácter circular de la vida, el sucederse de los días y de las noches, el sucederse de las estaciones creando un eterno retorno, un anillo, es decir un año. Es el movimiento cíclico de las cosas, sometidas a los ciclos naturales.
La raíz ha sido muy productiva tanto en griego como en latín (circus). Y así tenemos no solo el ciclón, oviento huracanado que forma grandes círculos, y el anticiclón o área donde la presión barométrica es mucho mayor que en las circundantes, sino la bici y la moto, palabras truncadas de bicicleta (dos ruedas) y motocicleta(bicicleta con motor), sin olvidar el ciclomotor, que darán lugar a deportes como el ciclismo o el motociclismo. También descubrimos la raíz en los cíclopes, seres de tamaño gigantesco que tenían un solo ojo circular en la frente; a ellos se les atribuye la construcción de determinadas murallas como las de Micenas o Tirinte, que por el tamaño de sus piedras solo ellos pudieron mover, construcciones ciclópeas; el ciclostil, aparato copiador en que, sobre un cilindro y con un estilete, se imprime en una plancha gelatinosa; o el ciclorama, vista panorámica en forma de cilindro, en cuyo interior había una plataforma para los espectadores.
La raíz ha sido muy productiva tanto en griego como en latín (circus). Y así tenemos no solo el ciclón, oviento huracanado que forma grandes círculos, y el anticiclón o área donde la presión barométrica es mucho mayor que en las circundantes, sino la bici y la moto, palabras truncadas de bicicleta (dos ruedas) y motocicleta(bicicleta con motor), sin olvidar el ciclomotor, que darán lugar a deportes como el ciclismo o el motociclismo. También descubrimos la raíz en los cíclopes, seres de tamaño gigantesco que tenían un solo ojo circular en la frente; a ellos se les atribuye la construcción de determinadas murallas como las de Micenas o Tirinte, que por el tamaño de sus piedras solo ellos pudieron mover, construcciones ciclópeas; el ciclostil, aparato copiador en que, sobre un cilindro y con un estilete, se imprime en una plancha gelatinosa; o el ciclorama, vista panorámica en forma de cilindro, en cuyo interior había una plataforma para los espectadores.
En Grecia hay un grupo de islas llamadas Cícladas por disponerse en el mar Egeo en forma de círculo, de las que algunas son bien conocidas por los turistas como Míconos, Paros, Naxos o Delos; cíclada llamaban asimismo los griegos a cierta prenda femenina que usaban las mujeres, y tenía forma circular.
Pero mucho más nos interesan aquellas palabras en las que la raíz parece estar oculta, como enciclopedia, es decir, la reunión de niños en círculo (en-kýklo-paideía) para aprender todo tipo de saberes. Así se dice que enseñaban Sócrates y algunos sofistas en Grecia. De ahí vendría más tarde el saber enciclopédico, y la Enciclopedia de D’Alambert, con información sobre todos los saberes. O encíclica, es decir, la carta que envía alguien –hoy aplicado casi exclusivamente a los papas– destinada no a un particular, sino para que circule por comunidades o grupos de personas, es decir el antecedente de las circulares que envían hoy las empresas y los organismos públicos para todos los que dependen de ellos.
Pero si abandonamos el griego y nos vamos a su hermano el latín, el resultado no es menos fecundo. De circus tenemos circo en todas sus acepciones, desde el circo glaciar, hasta el lugar donde se celebraban carreras de caballos en Roma o los espectáculos que denominamos circenses. Su característica peculiar siempre es la misma, el diseño circular del espacio. Su diminutivo círculo es más usado, bien conocido como figura geométrica o como reunión de personas, a partir de la forma en que se sientan. En latín existe el verbo deponente circulor con el sentido de ‘murmurar’, ‘charlar’, cuyo primer significado es ‘formar corrillos, círculos para hablar’, y que lo conservamos en español en la expresión “circular un rumor, una habladuría”.
Y tenemos cercar (de circare), que es ‘rodear’; y cerca o cerca de para aquello que está cercano a mí, que me rodea, y que lo distingo del prójimo (es decir, próximo). Precioso el cercado como vallado, como aprisco circular u oval de ovejas, donde la forma geométrica no es caprichosa. Así los vemos todavía en la montaña, de piedra. Los pastores sabían que es menos costoso de construir y más consistente, pero además en un redil cuadrado, caso de que llegue el lobo, las ovejas se atascan en los ángulos, y el lobo se ceba con ellas, matando por sed de sangre a más de la cuenta. En los espacios circulares las ovejas siguen corriendo y el lobo mata solo la necesaria para saciar su hambre.
Mantenemos el circuito, sea cerrado o no; y el cultismo menos conocido circuir, ‘estar alrededor de una cosa’ («una aureola circuye la cabeza de la Virgen»). Si entramos en los compuestos de circum-, desde circunvalación (léase la M-40, por ejemplo) hasta la circuncisión, pasando por la circunferencia, nos perdemos en un verdadero océano de palabras que presentan circum como preverbio, siempre con el sentido de ‘alrededor de’. Ortega era él y su circunstancia, es decir, todo aquello que se sitúa alrededor de él.
Más interesantes me parecen zarcillo(del latín circellius, ‘círculo pequeño’) que no es sino un pendiente en forma de aro; o cercha (de un supuesto ‘cercho’, a partir del latín circulus), que es la armadura semicircular que sirve de soporte a un arco o bóveda mientras se construye; y cerchearse, o combarse las vigas que sostienen una carga.
Quedan muchas más palabras en nuestra lengua, pero ya hay que ir terminando, porque no hay más espacio y porque esto del ciclo parece que ha quedado ya bastante redondo. Y si te ha gustado la colaboración, no te la quedes, que circule, hazla circular. Vale.Pero si abandonamos el griego y nos vamos a su hermano el latín, el resultado no es menos fecundo. De circus tenemos circo en todas sus acepciones, desde el circo glaciar, hasta el lugar donde se celebraban carreras de caballos en Roma o los espectáculos que denominamos circenses. Su característica peculiar siempre es la misma, el diseño circular del espacio. Su diminutivo círculo es más usado, bien conocido como figura geométrica o como reunión de personas, a partir de la forma en que se sientan. En latín existe el verbo deponente circulor con el sentido de ‘murmurar’, ‘charlar’, cuyo primer significado es ‘formar corrillos, círculos para hablar’, y que lo conservamos en español en la expresión “circular un rumor, una habladuría”.
Y tenemos cercar (de circare), que es ‘rodear’; y cerca o cerca de para aquello que está cercano a mí, que me rodea, y que lo distingo del prójimo (es decir, próximo). Precioso el cercado como vallado, como aprisco circular u oval de ovejas, donde la forma geométrica no es caprichosa. Así los vemos todavía en la montaña, de piedra. Los pastores sabían que es menos costoso de construir y más consistente, pero además en un redil cuadrado, caso de que llegue el lobo, las ovejas se atascan en los ángulos, y el lobo se ceba con ellas, matando por sed de sangre a más de la cuenta. En los espacios circulares las ovejas siguen corriendo y el lobo mata solo la necesaria para saciar su hambre.
Mantenemos el circuito, sea cerrado o no; y el cultismo menos conocido circuir, ‘estar alrededor de una cosa’ («una aureola circuye la cabeza de la Virgen»). Si entramos en los compuestos de circum-, desde circunvalación (léase la M-40, por ejemplo) hasta la circuncisión, pasando por la circunferencia, nos perdemos en un verdadero océano de palabras que presentan circum como preverbio, siempre con el sentido de ‘alrededor de’. Ortega era él y su circunstancia, es decir, todo aquello que se sitúa alrededor de él.
Más interesantes me parecen zarcillo(del latín circellius, ‘círculo pequeño’) que no es sino un pendiente en forma de aro; o cercha (de un supuesto ‘cercho’, a partir del latín circulus), que es la armadura semicircular que sirve de soporte a un arco o bóveda mientras se construye; y cerchearse, o combarse las vigas que sostienen una carga.
viernes, 20 de enero de 2012
DEL "CÁLAMO" AL "CARAMELO"
Iniciamos en este número de Stilus una sección dedicada al conocimiento de algunas etimologías relevantes. Si saber de dónde vienen las palabras –no palabras extrañas y rebuscadas, sino esas que conocemos y casi todos los días pronunciamos–, su origen, historia y evolución presenta un atractivo especial; mucho más nos atrae averiguar el parentesco de términos de los que nunca hubiéramos sospechado que pudieran pertenecer a la misma familia, o que han derivado de una misma palabra.
Y como la revista se denomina Stilus, instrumento punzante con el que se escribía en la antigüedad sobre la cera, el plomo, etc., vamos a comenzar explicando la familia de ‘cálamo’, otro instrumento de escritura, en este caso el que servía para escribir sobre soportes blandos como el papiro o el pergamino. En latín calamus significa caña; es la caña que crece junto a los ríos y que debidamente tratada (cortada, secada, endurecida, con una incisión a bisel en uno de los extremos para poder servir de instrumento escriptorio) pasa a significar cálamo, antecedente de nuestras plumas (plumas de ave primero, y estilográficas ya en el siglo XX). La tinta que se utilizaba para escribir con el cálamo se extraía de un cefalópodo, y por el uso al que se destinaba se denominó tincta calamaris. Posteriormente aquel generoso molusco pasó a llamarse calamar. El adjetivo predominó sobre el sustantivo y ya nadie se acuerda de que aquel animal se llamaba loligo vulgaris antes del uso de su tinta para la escritura. Incluso en el siglo XV, según nos recuerda Nebrija, al calamar se le llamaba ‘tintero’ por la tinta que derrama. En occitano antiguo calamar significaba aún ‘escribanía, recado de escribir’.
Aquellas cañas (se denominaban así también a las de los cereales) eran una riqueza económica, y cuando un vendaval arruinaba un cañaveral o un sembrado había ocurrido una calamitas, es decir, una calamidad para los habitantes que vivían de aquello. El gramático Donato explica que los rústicos llaman al granizo calamidad, porque destroza las cañas («calamitatem rustici grandinem dicunt, quod calamos conminuat»). Posteriormente calamidad se extendió a cualquier desastre natural, y más tarde a una ruina de cualquier tipo. “Eres un/a calamidad” se usa aún hoy para reconvenir a una persona a la que todo le sale mal, o que tiene una especial habilidad para estropear las cosas. Pero nuestra lengua dispone de varias palabras más de la misma raíz. Del diminutivo calamellus deriva caramillo, ‘flauta simple de caña, madera o hueso’, ya que estas flautas se hacían cortando una caña y practicándole unos orificios que permitían obtener unas cuantas notas. Y existe también el duplicado carambillo. Pero a través del francés chalemie, que deriva asimismo de calamullus, nos llega a finales de la Edad Media un precioso chirimía, ‘especie de flauta con diez agujeros y lengüeta de caña’, y su duplicado chiremía, que se encuentra atestiguado ya en 1461 en la Crónica del condestable Miguel Lucas. Hay otra variante castellana, que es chirumbela y churumbela, ‘instrumento musical de viento semejante a la chirimía’. J. Corominas sostiene que de churumbela
pasando por el sentido figurado de‘pene’ (tenemos ‘gaita’ con el mismo sentido) se ha llegado a churumbel, voz andaluza y agitanada con el sentido de ‘niño pequeño’.
De otro diminutivo, calamulus, obtenemos carámbano a partir de la forma que presenta, ‘pedazo de hielo que queda colgando al helarse el agua que cae o gotea de algún sitio; por ejemplo, de los tejados’.
Y llegamos a Portugal, donde se elaboraba un dulce con la forma de caña o carámbano llamado ‘caramelo’, que dio nuestro caramelo, que a su vez pasó al francés y al italiano, y que nos recuerda esas grandes barras de dulce que todavía se pueden ver en las ferias de nuestros pueblos, que hacen la deliciade los niños porque les permite estar chupando durante toda una tarde.
Una última referencia para los biólogos, que conocen bien ese ‘sapo pequeño verde con uñas planas y redondas que habita entre cañas’ llamado calamita o calamite (bufo calamita). Hay términos tan visuales que tienen una familia bien numerosa. Y de calamus, por el rastro que nos ha dejado, bien podemos decir: “¡Eres la caña!”.
Y como la revista se denomina Stilus, instrumento punzante con el que se escribía en la antigüedad sobre la cera, el plomo, etc., vamos a comenzar explicando la familia de ‘cálamo’, otro instrumento de escritura, en este caso el que servía para escribir sobre soportes blandos como el papiro o el pergamino. En latín calamus significa caña; es la caña que crece junto a los ríos y que debidamente tratada (cortada, secada, endurecida, con una incisión a bisel en uno de los extremos para poder servir de instrumento escriptorio) pasa a significar cálamo, antecedente de nuestras plumas (plumas de ave primero, y estilográficas ya en el siglo XX). La tinta que se utilizaba para escribir con el cálamo se extraía de un cefalópodo, y por el uso al que se destinaba se denominó tincta calamaris. Posteriormente aquel generoso molusco pasó a llamarse calamar. El adjetivo predominó sobre el sustantivo y ya nadie se acuerda de que aquel animal se llamaba loligo vulgaris antes del uso de su tinta para la escritura. Incluso en el siglo XV, según nos recuerda Nebrija, al calamar se le llamaba ‘tintero’ por la tinta que derrama. En occitano antiguo calamar significaba aún ‘escribanía, recado de escribir’.
Aquellas cañas (se denominaban así también a las de los cereales) eran una riqueza económica, y cuando un vendaval arruinaba un cañaveral o un sembrado había ocurrido una calamitas, es decir, una calamidad para los habitantes que vivían de aquello. El gramático Donato explica que los rústicos llaman al granizo calamidad, porque destroza las cañas («calamitatem rustici grandinem dicunt, quod calamos conminuat»). Posteriormente calamidad se extendió a cualquier desastre natural, y más tarde a una ruina de cualquier tipo. “Eres un/a calamidad” se usa aún hoy para reconvenir a una persona a la que todo le sale mal, o que tiene una especial habilidad para estropear las cosas. Pero nuestra lengua dispone de varias palabras más de la misma raíz. Del diminutivo calamellus deriva caramillo, ‘flauta simple de caña, madera o hueso’, ya que estas flautas se hacían cortando una caña y practicándole unos orificios que permitían obtener unas cuantas notas. Y existe también el duplicado carambillo. Pero a través del francés chalemie, que deriva asimismo de calamullus, nos llega a finales de la Edad Media un precioso chirimía, ‘especie de flauta con diez agujeros y lengüeta de caña’, y su duplicado chiremía, que se encuentra atestiguado ya en 1461 en la Crónica del condestable Miguel Lucas. Hay otra variante castellana, que es chirumbela y churumbela, ‘instrumento musical de viento semejante a la chirimía’. J. Corominas sostiene que de churumbela
pasando por el sentido figurado de‘pene’ (tenemos ‘gaita’ con el mismo sentido) se ha llegado a churumbel, voz andaluza y agitanada con el sentido de ‘niño pequeño’.
De otro diminutivo, calamulus, obtenemos carámbano a partir de la forma que presenta, ‘pedazo de hielo que queda colgando al helarse el agua que cae o gotea de algún sitio; por ejemplo, de los tejados’.
Y llegamos a Portugal, donde se elaboraba un dulce con la forma de caña o carámbano llamado ‘caramelo’, que dio nuestro caramelo, que a su vez pasó al francés y al italiano, y que nos recuerda esas grandes barras de dulce que todavía se pueden ver en las ferias de nuestros pueblos, que hacen la deliciade los niños porque les permite estar chupando durante toda una tarde.
Una última referencia para los biólogos, que conocen bien ese ‘sapo pequeño verde con uñas planas y redondas que habita entre cañas’ llamado calamita o calamite (bufo calamita). Hay términos tan visuales que tienen una familia bien numerosa. Y de calamus, por el rastro que nos ha dejado, bien podemos decir: “¡Eres la caña!”.
domingo, 15 de enero de 2012
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