sábado, 31 de agosto de 2013

DIGITUS -I : dedo



Lo que más llama la atención, de entrada, a propósito de los dedos es su equiparación con los números, por aquello de que una de las formas más elementales y antiguas de contar era con los dedos de las manos. En latín dedo se decía DÍGITUM, que por la vía culta o escrita conservamos en dígito como sinónimo de número, por lo que el adjetivo digital se utiliza como equivalente de numérico, por ejemplo en las expresiones reloj digital o formato digital.
Otro derivado culto de DIGITUM es digitopuntura, palabra emparentada con la acupuntura china. Se trata de una práctica terapéutica de masaje y presión, o mejor dicho punción,  con los dedos, no así la acupuntura, de la que deriva, que se practica con agujas (ACUM, en latín, ACUCULAM su diminutivo).
Tenemos también en castellano la digitalina, que es el principio activo que se extrae de las hojas de la planta llamada digital o dedalera y que se emplea como cardiotónico.  La digitalina hace que un corazón excitado sobremanera recupere su ritmo habitual. La planta de la que se extrae esta sustancia química se llama digital o dedalera por la forma de la corola, que parece un dedal como los de las costureras.  
Si evolucionamos DIGITUM obtendremos finalmente el resultado dedo, que es nuestra palabra patrimonial, y si partimos del adjetivo DIGITALEM “concerniente o relativo al dedo”  nos saldrá  el dedal de la costura.
En el resto de las lenguas romances tenemos los siguientes resultados de DIGITUM: deget en rumano, doigt en francés, dito en italiano, dit en catalán, det en provenzal y dedo en castellano, gallego y portugués.
Es interesante que nos detengamos por un momento en el fenómeno lingüístico de los dobletes, porque no se trata sólo de que la mayoría de las palabras castellanas procedan de su forma latina correspondiente, sino que de una misma palabra latina surgen muchas veces dos castellanas: una, el cultismo, que apenas ha sufrido cambios, la más parecida a la latina, lo que se explica por el influjo culto y conservador de la lengua escrita (por ejemplo, en el caso que nos ocupa, partiendo de DIGITUM tenemos el cultismo dígito),  y, además, la palabra patrimonial, que sentimos como más nuestra y diferenciada de su raíz latina, y por lo tanto menos culta, más evolucionada debido al influjo de la lengua hablada, dedo.

Y así llegamos a la expresión "a dedo", que es como nuestros mandamases,  elegidos democráticamente por su inclusión aleatoria en el catálogo de una lista cerrada,  eligen por su parte y según su personal capricho a sus secretarios y subsecretarios y reparten las migajas de sus prebendas entre sus vasallos, aquellos estómagos agradecidos que están, mande quien mande, siempre a favor del poder establecido.

Hace ya algunos años se usaba la expresión hacer dedo con el significado de hacer autoestop: los autoestopistas solían estirar el brazo y levantar el pulgar en la dirección en que viajaban, para señalar así a los conductores de autos que solicitaban un transporte gratuito, a lo que algunos conductores se prestaban desinteresadamente por el placer solo de la compañía durante el viaje. 
Ahora bien, ¿cómo ha llegado DIGITUM a dedo? Se produjo en primer lugar la consabida pérdida de la M final de la palabra. Esta -M sólo la conservamos en algunos latinismos como CURRÍCULUM, REFERÉNDUM o MÉDIUM. A continuación se dio el paso de la U a O. Son muy pocas las palabras de nuestra lengua también que han conservado esta U, y, como ya hemos dicho en otra ocasión, ha sido por la influencia siempre conservadora de la lengua escrita -lo escrito escrito está y escrito queda-, por ejemplo espíritu, ímpetu o tribu.   

Tenemos, pues, ya el cultismo dígito y su correspondiente adjetivo digital, que ha sido resucitado con gran éxito por la informática, pero la evolución de la lengua no se detiene ahí, sino que prosigue  imparable. A continuación se sonoriza la consonante T entre vocales, convirtiéndose en D. Obtendríamos la forma *dígido. Desaparece la consonante G intervocálica, por lo que llegamos a *díido. A continuación se produce un cambio de timbre vocálico, que afecta a la primera I, que es breve y tónica, y que, por lo tanto, se convierte en E, con lo que obtenemos *deido, eliminándose el hiato, bien porque la segunda vocal desaparece por ser átona, bien porque convetida a su vez en E, como la primera, se produce una contracción de las dos vocales en una sola sílaba, lo que se denomina en lingüística sinéresis, por lo que el resultado final es dedo.  
En latín había una palabra PRAESTIGIAE que significaba “ilusiones, fantasmagorías”, y un compuesto de ella con el sufijo de agente masculino –TOR que vemos en actor o lector, que era PRAESTIGIATOR y que quería decir “charlatán, impostor”, que en principio nada tenía que ver con los dedos de las manos que nos ocupan ahora. Pero sucedió que esta palabra se deformó en la lengua de Molière en prestidigitateur y se reinterpretó como un compuesto  del adjetivo praestus –a -um , que significa pronto, dispuesto, presto, y de DIGITUM, que quiere decir dedo, como sabemos, lo que se explica como una falsa etimología popular, por lo que pasó a significar persona que hace rápidos juegos de manos y otros trucos porque mueve sus dedos con presteza. Y de la lengua gala nos vino a nosotros como prestidigitador, palabra larga como un día sin pan, y que podemos considerar como un derivado culto de la raíz de dedo,  DIGITUM, que nos ocupa. Prestidigitador es aquel que hace trucos de magia y otros juegos con los dedos de las manos.
Lo curioso de la palabra latina PRAESTIGIAE y su correlato tardío PRAESTIGIUM es que, por su parte, evolucionaron a prestigio con el significado actual que tiene de influencia, ascendencia, autoridad, renombre, fama, y de ahí dieron lugar a prestigiar, desprestigiar,  prestigioso y demás, habiéndose perdido el significado antiguo que tuvo en latín y en castellano viejo de fascinación causada por la magia y engaño o ilusión con que los prestigiadores embaucaban al pueblo.   Sin embargo, pongamos el dedo en la llaga, como suele decirse para conocer el origen verdadero de una cosa,  y  consideremos, siguiendo la ocurrencia del desprestigio etimológico, que el prestigio tal y como lo entendemos no deja de ser de alguna manera una ilusión, un engaño, un juego de manos, una fascinación con que se impresiona al tonto  que se deja embaucar.
Los nombres de los dedos eran en latín POLLEX (dedo gordo, que nosotros llamamos pulgar, derivado de POLLICARIS, porque se utiliza para matar las pulgas,  descabezándolas con la uña, y que vuelto hacia arriba o hacia abajo indicaba aprobación o desprobación respectivamente, como se sigue utilizando en algunas de las llamadas redes sociales), INDEX (índice, porque es el dedo indicador que se utiliza para señalar, aunque está muy feo señalar a las personas con el dedo por la calle, como se les inculca a los pequeños), MEDIUS (por el puesto central que ocupa entre los cinco de la mano, también llamado por eso mismo dedo cordial o corazón, pero más conocido como digitus impudicus, porque levantado con los otros apretados en puño simboliza un pene en erección, símbolo apotropaico contra el mal de ojo y los malos espíritus, que ha pasado a considerarse una ofensa obscena entre nosotros, que se conoce como hacer la higa o la peineta), ANULARIUS (o anular, porque es donde suele colocarse el anillo, lo que nos viene como anillo al dedo), y AURICULARIS (porque era el que se utilizaba para rascarse la oreja y sacarse la cera del oído, que nosotros llamamos meñique por ser el menor, el menino o niño).

El nombre griego del dedo es dáktylos.  Numerosos helenismos derivan del nombre del dedo, como dactilografía, dactiloscopia, pentadáctilo, pterodáctilo, etcétera.    La expresión huella dactilar se utiliza con el mismo significado que huella digital.   
 
El nombre del verso homérico y épico, el hexámetro dactílico que introdujo en Roma el padre Ennio, aquel que decía que tenía tres almas porque hablaba tres lenguas, y que cultivó Virgilio con tanto esmero,  se llamó así porque estaba basado en seis dáctilos. El dáctilo es una unidad rítmica compuesta de tres sílabas o tiempos, que recuerda  a las tres falanges de un dedo: la primera, fuerte o marcada,  y las dos siguientes débiles o no marcadas. Traduzco, a guisa de ejemplos, los hexámetros de la invocación a la Musa con que empieza la Odisea de Homero: Cuéntame, Musa, del hábil varón que bogó a la deriva / mucho, después de arrasar el alcázar sagrado de Troya; / vio ciudades y el ser conoció de muchísimas gentes,  /  y hondas sufrió por el piélago en su alma penalidades / mientras bregó por su vida y retorno de sus compañeros.

 Tomado de LOPE DE VEGA CLÁSICO

miércoles, 28 de agosto de 2013

Ventajas de saber latín

El conocimiento, aunque sólo sea mediano, del griego y el latín nos abre innumerables puertas en la vida cultural. A San Agustín se atribuye, profusamente, la frase «Ama y haz lo que quieras», y se da por hecho que la versión original es « ama et quod vis fac». Esta formulación ha desquiciado la idea original y causado no leves malentendidos. El genio del obispo de Hipona les salió al paso escribiendo: « Dilige et quod vis fac», ama con el amor expresado por el término «dilectio» –amor oblativo, generoso–, y lo que quieras hazlo tranquilo, pues amando de este modo no puedes sino hacer el bien: « Dilige, et non potes nisi bene facere». Esta matización es ineludible, y se puede hacer con un conocimiento somero del latín.
Te maravillan las armonías de la polifonía romana, con el genial italiano Pierluigi da Palestrina y el insigne español Tomás Luis de Victoria. Pero, si no captas el texto latino, con su peculiar expresividad, no entrarás en el reino de lo sublime en que ellos se movían. Algo semejante, pero todavía más relevante si cabe, podemos decir de las cantatas barrocas de Schütz y Bustehude, y las grandes misas de Bach, Mozart y Beethoven. No es suficiente leer una traducción del texto, pues las traducciones no suelen reflejar la musicalidad del original. Hay que percibir el sorprendente valor expresivo del conjunto de música y texto. Oye atentamente el Agnusdei de la Missa solemnis de Beethoven y verás la vibración que adquieren los distintos vocablos del texto: agnus, tollis, miserere… No puedes figurarte en qué medida crecería tu gozo si pudieras advertir cómo se complementan el texto y la melodía en todo tipo de música desbordante de sentido.
Te gusta viajar y conocer ciudades. Vas, por ejemplo, a la gran Roma y contemplas los diversos arcos de triunfo, memorial perenne del imponente Imperio Romano. Si entiendes las inscripciones que figuran en ellos, se ensancha tu horizonte espiritual de visitante. En caso contrario, verás la ciudad a lo largo y a lo ancho, pero no a lo profundo. Tu mirada se quedará a las puertas de la gran cultura. Esas puertas te las hubiera abierto el conocimiento del latín.
Elevémonos a las cimas del pensamiento y supongamos que te gusta penetrar en la historia de las ideas que determinaron la marcha de la humanidad hasta el día de hoy. Te verás frenado penosamente si, por desconocer el latín, no puedes adentrarte en el mundo intelectual de mentes privilegiadas –juristas, filósofos, científicos, historiadores, literatos…–, como Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Ockam, Descartes, Copérnico, Leibniz, Francisco de Vitoria, Francisco Suárez… ¿Qué puede saber de primera mano sobre la Edad antigua, la Media y la Moderna de España –al menos hasta el siglo XVIII– el que no conoce el latín? ¿Cómo puede un filósofo del derecho sumergirse en ese monumento de sabiduría y gloria de España que es el Corpus hispanorum de pace si no tiene un conocimiento siquiera mediano del latín eclesiástico?
Los hispanohablantes venimos del latín y del griego. No conocerlos es ignorar nuestro origen y quedarnos en buena medida sin raíces. La pérdida que esto significa para nuestra vida intelectual resalta cuando estudiamos el origen de nuestros vocablos españoles, es decir, su etimología. Es una delicia analizar, por ejemplo, la palabra «autoridad» y descubrir que procede del verbo latino augere, que significa promocionar, aumentar. Tiene autoridad, aunque no disponga de mando, el que, con sus aportaciones, nos enriquece en uno u otro aspecto y nos eleva a niveles de mayor calidad. Por eso el que ejerce la autoridad, vista de esta forma, no irrita; suscita agradecimiento.
Si sabemos que «recordar» se deriva del sustantivo latino «cor» (corazón) y significa «volver a pasar por el corazón» –es decir, traer de nuevo a la existencia–, descubrimos un hecho de suma importancia: que la memoria no se reduce a un mero almacenaje de datos, antes presenta un carácter eminentemente creativo. Al enterarnos de que el vocablo generosidad procede del verbo latino generare (engendrar, promover), cobramos una idea lúcida de la fecundidad de este concepto decisivo. Es generoso el que da vida, el que la incrementa y lleva a plenitud. Si quieres conocer a fondo el significado de la fidelidad, te basta descubrir que está emparentado con los términos fe, fiable, confianza, confidencia que se apoyan en la misma raíz latina fid, y, bien articulados entre sí, hacen posible el encuentro, que –como sabemos– constituye uno de los ejes decisivos de nuestro desarrollo personal. Sin esta clarificación radical podemos merodear largo tiempo en torno al secreto de nuestro crecimiento como personas y no adentrarnos nunca en él.
Cuando uno observa cómo personas de todos los niveles dicen y escriben, por ejemplo, «contra natura» –sin una m al final–, «urbi et orbe» –cambiando la i final por una e–, «manu militare» –insistiendo en el mismo error–, «mutatis mutandi» –comiéndose la s final–…, se sonroja y ruega que, si no se estudia latín, se lo olvide al menos del todo. Hablar y escribir en latín no es obligatorio, pero, de hacerlo, lo decoroso es hacerlo bien.
Lo grave es que quienes desconocen el latín y el griego, no saben lo que se pierden, pues no acceden a los mundos que ellos nos abren. El que ignora las lenguas clásicas conoce el español muy a medias, aunque sea doctor en lenguas románicas, y corre riesgo de vivir también a medias como persona, porque el lenguaje da cuerpo expresivo a la trama de realidades e interrelaciones que constituye la vida plena del ser humano. No tiene, en consecuencia, sentido afirmar que el latín y el griego son lenguas muertas. Perviven en el lenguaje –que es nuestro «elemento vital» por excelencia, pues en él accedemos al mundo del sentido– y, derivadamente, en multitud de documentos decisivos para la cultura. Vas al puente de Alcántara, vecino a Portugal, y, si no sabes latín, no puedes recibir el mensaje que te trasmiten quienes erigieron esa obra de arte sobrecogedora, al escribir «ars ubi natura vincitur ipsa sua».
Los reformadores de los planes de estudio debieran tener todo esto muy en cuenta. Se afirma, a menudo, que debemos primar lo actual sobre lo antiguo, entendido superficialmente como lo pasado. Se olvida que, según la Filosofía de la Historia, somos creativos en el presente cuando asumimos activamente las posibilidades que cada generación del pasado ha ido entregando a las siguientes. Esa entrega se dice en latín traditio. De ahí que la tradición no sea un peso muerto que gravita sobre los hombres del presente; es un legado que impulsa su actividad creativa. Si no acogemos creadoramente la tradición, no podemos configurar el futuro. Además, todo lo relativo al lenguaje merece ser cuidadosamente cultivado, porque la Antropología filosófica nos enseña que el lenguaje es el vehículo viviente de la creatividad humana. Al hacer quiebra el lenguaje, se quebranta la creatividad.
*Fomado de la siguiente página

jueves, 22 de agosto de 2013

LINGUA -AE : lengua

Vamos a darle ahora un poco a la lengua, a la cosa y a la palabra que designa a la cosa  y que procede de la forma LINGUAM de nuestra lengua madre. Llamamos al latín lengua madre y no lengua muerta, como hacen algunos apresurándose a certificar su defunción antes de que se haya producido efectivamente, porque seguimos hablándola, aunque no seamos muy conscientes de ello, en varios de sus dialectos o degeneraciones: a la misma cosa los italianos, gallegos y portugueses le dicen lingua, langue los franceses, limba los rumanos,  llengua los catalanes,  y los castellanoparlantes le decimos lengua. Podríamos decir que el latín es nuestra lengua madre muerta, pero no es así: nosotros somos la prueba viviente de que sus genes están en nuestro ADN y de que funciona la transmisión hereditaria.
Tras la caída de la M final observamos cómo la I breve tónica de la palabra originaria se convierte  en E, dando lugar a nuestra lengua y a sus derivados como lenguaje y lenguado, por ejemplo. 

Lo primero que nos llama la atención, en otro orden de cosas, es que el nombre de este músculo del cuerpo humano que nos sirve para comer y para hablar se ha convertido en sentido figurado en sinónimo precisamente de idioma, en lenguaje o manera de hablar.
La metáfora, o más propiamente metonimia que designa algo con el nombre de otra cosa relacionada con ello,  viene de muy lejos. Ya los romanos hablaban de  lingua Latina o Graeca, es decir, identificaban el órgano que participa en la fonación con la propia acción de hablar, es decir con una de sus funciones, e incluso hablaban de que alguien era experto utraque lingua, es decir, en ambas lenguas, en una y otra lengua, esto es, en griego y en latín. Y es que el resto de las lenguas entraban dentro del ámbito de la barbarie, aunque recordemos aquí al padre Ennio que decía tener tres almas o corazones porque hablaba tres lenguas, latín, griego y osco, equiparándolas a las tres... Los que no hablaban en una u otra lengua no hablaban, sino que propiamente farfullaban un lenguaje incomprensible, eran bárbaros: palabra de origen onomatopéyico que quiere imitar el ruido de los que no saben hablar, de los que balbucean, farfullan, sólo saben pronunciar un incomprensible barbarbar, de donde sale el adjetivo barbarus, que designa al extranjero, al inculto, al salvaje que sólo sabe hacer y decir barbaridades.
Esta situación de identificar el órgano con una de sus funciones, en concreto con la de la fonación, no se produce tanto, sin embargo, en inglés o en alemán, donde a la lengua como parte del cuerpo se la llama tongue y Zunge respectivamente, pero no siempre funciona la metonimia de lenguaje. Ningún anglosajón diría, por ejemplo, Spanish tongue ni ningún alemán spanische Zungue para referirse a la lengua española, sino en todo caso Spanish language o spanische Sprache.  En sentido figurado, sin embargo, se habla en inglés de mother tongue o native tongue para denominar a la lengua madre o nativa, y también hay expresiones similares a las nuestras de morderse la lengua o comerle a uno la lengua el gato, para referirnos al hecho de quedarse callados.
La forma inglesa language, por cierto, es un préstamo francés de langage, que nos remite a LINGUA, a través de langue, mientras que las formas inglesa tongue y alemana Zunge se emparentan con la latina por su común origen indoeuropeo, procedentes de una raíz *dnghu-, como atestigua el latín arcaico  DINGUA.
El cambio que se opera en el propio latín de DINGUA a LINGUA puede explicarse por interferencia semántica con el verbo LINGO, que significa lamer,  emparentado con el inglés to lick y el alemán zu lecken, y responsable tal vez de esa evolución anómala.    Se utiliza el latinajo cunnilingus, por ejemplo,  para designar la práctica sexual de aplicar la boca, como dice el Diccionario de la Real, o más concretamente, la lengua a la vulva, que en latín se denomina también CUNNUM, de donde procede  el vocablo castellano coño, que tanto se usa como interjección exclamativa. El latinajo está formado, pues, con el nombre del sexo femenino y la raíz del susodicho verbo LINGO, que interfirió en la evolución de la palabra que tratamos.
Aunque todos nacemos provistos del órgano de la lengua, reservamos sin embargo el nombre de lenguado para cierto pez de agua salada y sabrosa carne que tiene forma aplanada de lengua y ambos ojos en su lado derecho. Sin embargo cuando tenemos la lengua muy suelta decimos que somos unos deslenguados, con el prefijo des-, o también que somos lenguaraces o que tenemos la lengua muy larga, es decir, muy desmandada.  Tenemos en ese sentido, además, los compuestos adjetivales lengüicorto y lengüilargo, que no necesitan mucha aclaración.

Lengüeta es el diminutivo de lengua  y como tal designa a muchos objetos que tienen forma de lengua diminuta, como el fiel de la romana o balanza, una cuchilla de encuadernador, una laminilla metálica móvil de ciertos instrumentos musicales de viento,  hasta la lengüeta del calzado, que es una tira de piel que suelen tener los zapatos en su cierre por debajo de los cordones.
Una lengüetada sería la acción de lamer algo con la lengua, lo mismo que un lengüetazo. Una persona lengüetera sería una persona murmuradora, chismosa y amiga de cotilleos, que le da mucho a la lengua en el mal sentido de la palabra.
La I de la palabra originaria evolucionó en castellano a E, como hemos visto, pero  conserva su timbre en los cultismos, influidos por la escritura, más conservadora que el habla, por ejemplo en los adjetivos lingual, relativo a la lengua, o en sublingual, con el prefijo sub- debajo, concerniente a la región inferior de la lengua, lingüiforme, en forma de lengua,  o  bilingüe, que no significa que tenga una lengua bífida o lengua viperina, como la de las víboras,  y  trilingüe,  palabras con las que denominamos a las personas que se desenvuelven perfectamente en dos  (bi-) o tres (tri-) idiomas respectivamente. Y así a la ciencia que se ocupa del estudio del lenguaje se la denomina lingüística y lingüistas a los especialistas en ella, siguiendo la raíz culta LINGUA.
Del diminutivo latino de LINGUA, que era LÍGULA, hemos heredado nosotros nuestra lígula, con diversos significados específicos en los campos de la botánica y la anatomía, y, además, la palabra ha evolucionado a legra. En efecto, si partimos de la forma LÍGULAM, tenemos LÍGULA, que en latín significaba cucharilla, lengüeta o espadín larguirucho,  después LÍGLA, con pérdida de la vocal átona de la sílaba intermedia, a continuación LEGLA, con el cambio consabido de la I breve tónica a E que ya hemos visto, y finalmente, LEGRA, tras la disimilación parcial de la segunda L en R para evitar la cacofonía de repetición del mismo sonido, lo mismo que sucede a LILIUM, que evoluciona a lirio.
¿Qué es una legra? Es un instrumento de cirugía, en forma de media luna y retorcido por la punta,  que se emplea para raer la superficie de los huesos o bien la mucosa del útero. A la acción de practicar un legrado, legradura o legración se denomina legrar.  
En griego lengua se dice GLOSSA o GLOTTA, dependiendo del dialecto.  De la primera forma nos viene glosa, que significa explicación o comentario de una palabra o de un texto difícil de entender,  el verbo glosar, que quiere decir comentar o hacer glosas, y   glosario que es el nombre que se da a un conjunto de palabras que por sus especiales características requieren una interpretación; y de la segunda, que es la propia del dialecto ático que se hablaba en la región de Atenas, nos viene políglota o poliglota, que es lo mismo pero con una acentuación más acorde con la cantidad larga de la penúltima sílaba, como denominamos a quien posee varias lenguas, ya que el prefijo griego poli- significa propiamente muchas (lo que dicho a la latina sería multilingüe o plurilingüe), o también epiglotis, como denominamos a la lámina cartilaginosa que está situada detrás de la lengua y tapa la glotis en el momento de la deglución.   


Un latinismo muy común relacionado con la lengua es lapsus. Podemos cometer muchos lapsus o deslices. Puede fallarnos la memoria (lapsus memoriae), aunque en realidad no nos falla sino que nos juega una mala pasada; podemos cometer un error al escribir con el bolígrafo o la pluma (lapsus calami), y podemos también cometer una equivocación al hablar, lo que propiamente se llama lapsus linguae, error que revela que,  aunque digamos una cosa,  estamos pensando en otra.  
Célebre es el lapsus freudiano que cometió un presidente del gobierno de las Españas cuando hablaba  de que se había producido un gran incremento de turistas españoles en Rusia. Decía que había tomado un acuerdo para estimular, para favorecer, para follar (sic), para apoyar ese turismo. ¿En qué estaría pensando el señor presidente de la ceja circunfleja a la hora de hacer aquellas públicas declaraciones? Casi siempre suele haber una motivación sexual en los lapsus linguae, según el psicoanalista vienés, como en el citado ejemplo, pero puede haber también otras pulsiones, como la del poder y el dinero. 
Otro político carpetovetónico, abochornado de los altos emolumentos que cobraba la clase política,  quiso decir “los políticos deberíamos cobrar menos” y cometió un lapsus linguae significativo y dijo: “los políticos deberíamos robar menos”. Cometió, sin querer, un error involuntario pero dijo lo que realmente pensaba, y lo que piensa todo el mundo de los políticos profesionales, que son unos ladrones. 
   Tomado de LOPE DE VEGA CLÁSICO

COR CORDIS: corazón



Seguimos con las partes del cuerpo, y, dentro de este particular despiece que estamos haciendo cual Jack el Destripador, nos toca vérnoslas ahora con un órgano de vital importancia, el corazón. Para nosotros, los modernos, es la sede figurada de los sentimientos, y en ese sentido se  opone a veces a la razón, como se ve, por ejemplo, en la célebre frase de Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”.  
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que para los antiguos el corazón no sólo era el órgano corporal importante que es, sino también la sede de la memoria, de la inteligencia y de la sensibilidad, como si dijéramos nuestro cerebro o nuestra mente además de nuestro corazoncito o corazonazo que guardamos todos en el pecho.
Corazón se decía en latín COR pero su raíz es CORD- como demuestra su plural CORDA, que se forma añadiendo una –A a la raíz. Algunos recordarán que cuando la misa católica se celebraba, como Dios manda, en latín, el sacerdote pronunciaba las divinas palabras SURSUM CORDA (arriba los corazones, es decir, levantemos el corazón), y los feligreses se ponían de pie y respondían HABEMUS AD DOMINUM, lo que ahora dicen en castellano: “Lo tenemos levantado hacia el Señor”. Esta raíz CORD- está emparentada con el griego kardi/a, el alemán Herz y el inglés heart, por su origen común indoeuropeo.


En cuanto a la descendencia de la palabra latina COR, de ella deriva una numerosa familia, como es la de las lenguas romances: el francés coeur, el catalán cor y el italiano cuore, pero también el portugués coraçâo y el castellano corazón, que parecen basarse en la palabra latina COR más el sufijo aumentativo –AZÓN, compuesto de –AZO (cuerp-azo) y de –ÓN (hombr-ón), es decir, hipercaracterizado como aumentativo, como si se quisiera sugerir así, según Corominas, la grandeza del corazón  “del hombre valiente y de la mujer amante”, por lo que habría que postular, para la península ibérica, excluyendo Cataluña y Valencia,  una forma CORACEONEM, como origen de coraçón en castellano viejo y de la palabra portuguesa coraçâo.
La lengua rumana, por su parte, que también procede del latín, utiliza la palabra inima para referirse al corazón, una palabra esdrújula que no procede de COR, sino de ANIMA, que significa principio vital. Y es que los antiguos, como queda dicho, consideraban que en este órgano residía el alma de los hombres, y el hecho de que el rumano haya tomado esta palabra sugiere la relación intuitiva que existía entre el corazón y el alma, lo que no quita para que en rumano también haya alguna palabra derivada de COR como cordial.
De la palabra corazón derivan la corazonada, incluso el corazoncito,  el verbo descorazonar y su resultado  el descorazonamiento, y la forma de aumentativo corazonazo que hemos citado más arriba, que muestra que ya se ha perdido la conciencia de que corazón era un aumentativo doblemente caracterizado de cor, por lo que se vuelve a marcar con el sufijo castellano  –azo que ya llevaba incorporado.
En relación con el corazón como sede de la memoria hemos heredado el verbo recordar, que procede del latín recordari con el significado que tenía en nuestra lengua madre de traer algo a la memoria, a la mente, en el sentido de representarse algo pasado con la imaginación o el pensamiento. De ahí proceden, pues, nuestros recuerdos, recordaciones  y recordatorios.  A estas alturas ya no nos extraña la diptongación de una O breve latina, que suele producirse cuando es portadora del acento como en recuerdo, mientras que la vocal conserva el timbre que tenía si el acento se ha desplazado dentro de la palabra, por ejemplo en  recordamos.
La expresión “de coro” significa “de memoria, de carrerilla” en castellano viejo. La encontramos en el Quijote: “Si tratáredes de ladrones, yo os daré la historia de Caco, que la sé de coro…”. También está recogida en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua como locución adverbial poco usada, que significa de memoria, y que se utiliza con expresiones como decir, saber, tomar de coro. Y puede compararse con la expresión francesa “par coeur” o a la inglesa “by heart”, que significan, ambas, lo mismo: de memoria, es decir, con el corazón.
 
El término récord es la castellanización del inglés “record”, que procede también de la misma palabra latina recordari, y que se ha especializado con el significado de marca o mejor resultado en el ejercicio de un deporte, en expresiones como tiempo récord o batir un récord. En inglés hay un verbo to record, que se pronuncia con acento en la o, y significa grabar, por ejemplo una pieza musical en un disco, o  tomar nota de algo, para que quede constancia, o sea, recuerdo, y el sustantivo record, que se pronuncia con acento en la e, y que alude al registro tomado de algo.   ¿Cómo llegó esta palabra de origen latino a la lengua de Shakespeare? Como muchísimas otras, casi el 60 por ciento de su vocabulario, a través del francés de los normandos. Es decir to record, procede del francés antiguo recorder, que a su vez deriva del latín recordari, un compuesto de la raíz cord, que es la del corazón.
A partir de este verbo, se creó en castellano su sinónimo acordarse  con el sentido de tener memoria de algo, pero también con el de llegar a una determinación o consenso, un acuerdo, creándose su antónimo desacuerdo. Y relacionado con él, el adjetivo  acorde paralelo a concorde y discorde, sin olvidar el sustantivo masculino que se utiliza en musicología para referirse a la combinación armónica de tres o más sonidos diferentes. De donde procede el nombre del moderno instrumento musical de viento formado por un fuelle: el acordeón.
En relación con la raiz culta CORD- tenemos el adjetivo cordial, para referirnos a lo que se hace con el afecto del corazón.  Ya en latín había varios prefijos que modificaban el significado de esta raíz y que nosotros hemos heredados: CON- y  DIS-, que dan origen a concordia y a su antónimo discordia, por ejemplo, o a los verbos concordar y discordar. En el primer caso significa que hay acuerdo, es decir, coincidencia, encuentro, conformidad, y en el segundo que no lo hay, sino que en su lugar surge la oposición, la desavenencia, la diferencia.
Ya en latín se había creado misericordia, a partir del verbo misereo que quería decir tener piedad o compasión, o del adjetivo miser, si se quiere ver así, con el sustantivo cor(d) que estamos estudiando, y quería decir compasión, de donde hemos heredado nosotros misericordioso para referirnos a la virtud que mueve al corazón a la piedad, incluso en el caso de la puñalada de misericordia o golpe de gracia,  ya que en la Edad Media los caballeros solían llevar un puñal llamado de misericordia con el que daban el golpe de gracia al enemigo, es decir, la muerte para evitarle el sufrimiento de la agonía.
No debemos olvidar el incordio y su curioso origen, pues no procede del sufijo latino IN- que tiene dos valores, la negación como en incorpóreo o el lugar en donde como en incorporar, sino de la forma  *antecordium, que significaba tumor del pecho que se hallaba ante el corazón del caballo. De *antecordium pasaría la palabra a *ancordium, abreviándose, y de ahí a encordio, que ya está atestiguada en castellano en el siglo XIII, y que es el origen de nuestro incordio:  un tumor que se desarrollaba en el pecho de los caballos. A partir de ahí se crea el verbo incordiar que pasa a ser un sinónimo de molestar e importunar.
No olvidemos la cordura o sensatez, según lo dicho de que el cor era la sede de la razón y no sólo de los sentimientos desmandados, y la cualidad de cuerdo, o el adjetivo cordal que se aplicaba a la muela del juicio, la muela cordal. Y no olvidemos tampoco el coraje o valor, que nos viene a través del francés courage y que está relacionado con el corazón porque se consideraba que también la valentía tenía su sede en él.
La palabra griega para referirse al corazón es kardi/a  (cardía),  relacionada etimológicamente con la raíz latina CORD- por su común origen indoeuropeo, la conservamos en el dominio de la medicina: cardíaco, endocardio, cardiología, electrocardiograma, miocardio, taquicardia,  pericardio y un largo etcétera.
Es interesante el testimonio de Aulo Gelio sobre el escritor Ennio, el pater Ennius como lo llama Cicerón aludiendo a que lo considera el padre de la literatura latina, introductor del hexámetro dactílico homérico y hesiódico en Roma, que nos ha transmitido la espléndida metáfora de que el lenguaje de un hombre es su alma. Dice Aulo Gelio literalmente en latín  Quintus Ennius tria corda habere sese dicebat, quod loqui Graece et Osce et latine sciret, y que significa que Quinto Ennio decía que tenía tres almas, porque sabía hablar en griego, en osco y en latín
La palabra que hemos traducido por “almas” es CORDA, el plural de COR. Ennio, pues, decía que tenía tres corazones, es decir, tres almas, porque, como ha quedado dicho, el corazón era para los antiguos la sede del alma, con todas sus facultades intelectivas y sentimentales. Es curioso cómo un romano de la antigüedad era consciente del valor de la lengua como cosmovisión o Weltanschauung que dicen los alemanes, o sea, como mirada a la realidad del mundo. Y es que las distintas lenguas ofrecen distintas visiones de la realidad, hasta el punto de que puede afirmarse que la realidad es la visión particular que nos ofrece cada lengua. Y cuantas más lenguas conozcamos, por lo tanto,  más conscientes seremos de que ninguna de ellas es la verdadera y de que todas las visiones de la realidad que conllevan son tan válidas como relativas.  Resulta también sorprendente cómo para Ennio las tres lenguas que cita tienen la misma categoría, cada una representa un COR, equiparándolas y valorándolas por igual. No considera que una valga per se más que las otras, ni siquiera el latín, que era la lengua dominante en el sur de Italia, que se había impuesto administrativamente sobre el osco y el griego, un griego que todavía se sigue hablando en algunas zonas de lo que fue la Magna Grecia y que se llama greco, un dialecto del griego antiguo todavía vivo en algunos de aquellos lares.
 Tomado de LOPE DE VEGA CLÁSICO

DENS DENTIS : diente


Analizamos la biografía de la palabra latina DENS, cuya raíz DENT- como podemos ver en la forma del Acusativo DENT-EM,  evoluciona en romance a DENTE tras la caída de la M final, que aunque se escribía ya no debía de pronunciarse en latín vulgar, como nuestra hache a principio de palabra,  y así quedará en italiano y en portugués, mientras que en francés perderá la –e final, nasalizándose la vocal precedente,  pero en castellano la E breve latina portadora del acento de palabra diptongará en IE, y el resultado, por lo tanto, será DIENTE.
Conservamos la raíz en los adjetivos dental o dentario, que se refieren a lo que está relacionado con el diente; en  dentón o dentudo, que son denominaciones coloquiales de quien tiene los dientes muy grandes o desproporcionados;   en dentífrico, que es un compuesto de FRICO, el verbo frotar como vemos en su derivado fricción , y que también significa limpiar, restregar, pulimentar, y evoluciona a fregar, de hecho,  partiendo de su infinitivo de la siguiente forma: FRICARE > FRICAR > FRIGAR > FREGAR. Por lo tanto, el dentífrico sería la pasta que se  utiliza para limpiar la dentadura.  La forma *dentrífico es un  barbarismo que pone de relieve que se ha perdido la conciencia etimológica de esta palabra, pero que se explica fonéticamente como metátesis simple: un sonido cambia de lugar dentro de la estructura de la misma palabra, lo que afecta especialmente a los fonemas sonantes líquidos L y R. A lo largo de la degeneración del latín en castellano vemos muchas veces este fenómeno: INTER resulta ENTRE y  SEMPER, SIEMPRE. Esta metátesis también se observa en otras palabras como por ejemplo en CROQUETA, que es un préstamo francés de CROQUETTE , y que se oye muchas veces decir *COCRETA, con cambio de posición del fonema,  *COCLETA, con intercambio de R por L,  y hasta *CROCRETA,  *CROCLETA y *CLOCLETA.  
Otro derivado es dentado que procede del latín DENTATUM, como en el sobrenombre del cónsul Manius Curius Dentatus, Manio Curio Dentado, así llamado porque al parecer había nacido provisto de dentadura, según atestigua Plinio el Viejo. Este cónsul de origen plebeyo de los primeros tiempos de la República romana venció definitivamente y expulsó al rey Pirro,  cuyo nombre propio pasará a la posteridad como adjetivo que califica a una victoria muy ajustada, en la expresión “victoria pírrica”, que se obtiene según el diccionario de la RAE “con más daño del vencedor que del vencido”.   Pirro perdió tantos soldados a pesar de obtener una victoria sobre los romanos que dicen que dijo:  “Otra victoria como esta y volveré solo al Epiro (Grecia)”.
Se oye a veces el refrán “A caballo regalado no le mires el dentado” o  “…no le mires el diente”,  pues los expertos conocen la calidad de un caballo examinando su dentadura. El refrán  da a entender que si se nos regala algo no debemos ser exigentes o excesivamente críticos con la calidad del regalo.
Una dentellada sería una herida producida por un mordisco. Mención aparte merece la palabra dentera que procede de DENTARIAM,  y que alude a una sensación desagradable que se experimenta en los dientes en relación con el gusto, oído y tacto de sustancias irritantes. La dentición sería el proceso de echar la dentadura o endentecer, como se dice de los niños cuando empiezan a echar los dientes. 

Bidente es palabra que no debe confundirse con vidente, participio de presente del verboVIDEO ver,  y que quiere decir que consta de dos dientes y que ha caído prácticamente en desuso. Se denominaban así a una azada de dos picos y a carneros y ovejas por tener doble hilera de dientes
El dentista es el médico especialista en la dentadura, pero esta palabra, demasiado transparente,  ha sido enseguida sustituida por el helenismo odontólogo, compuesto del término griego ODONTO- , que es hermano y sinónimo del latino DENT-, ya que se trata, de hecho, de la misma raíz indoeuropea con distinto vocalismo y prótesis vocálica.
Muy curiosa, por cierto, es la historia de los modernos odontólogos: de sacamuelas iniciales (oficio que solía desempeñar el barbero en el Barroco), pasaron a llamarse dentistas, cuando se dignifica y profesionaliza el oficio, por así decirlo, pero luego con la tremenda helenización de la medicina, se sustituye enseguida por odontólogo, en paralelo a la sustitución de oculista por oftalmólogo.  Parece que el intento de cambiar odontólogo, todavía muy transparente, por estomatólogo no ha tenido mucho éxito todavía, porque induce a error. En efecto la raíz griega estómato- significa “boca”, por lo que la estomatología sería la especialidad médica centrada en la boca del hombre, pero resulta inevitable la confusión con “estómago” por su parecido fonético, aunque estómago se diga en griego gást(e)ro-, como vemos en gastroenteritis, gasterópodo  o gastronomía, siendo la estomatología según la Academia la parte de la medicina que trata de las enfermedades de la boca del hombre, cosa que algunos sólo aceptan a regañadientes.
En relación con la raíz ODONTO-  conservamos helenismos como ortodoncia (orto significa correcto como vemos en ortografía, la escritura correcta),  endodoncia (endo quiere decir dentro, interior, como en endogamia, el matrimonio dentro del clan familiar), y  odontalgia (-algia significa dolor, como en neuralgia o nostalgia, que es el dolor producido por el deseo del regreso).
En el anuncio de una clínica dental griega, puede leerse la palabra inglesa “dentist”, que sigue la raíz latina dent- que estamos estudiando, y encima su nombre en griego: odontiatrei/o, palabra compuesta que puede dividirse en odont( o), la forma griega de la palabra diente,  y iatrei/o, que quiere decir medicina y que observamos todavía en palabras nuestras como pediatría, psiquiatría o geriatría.
Vamos a detenernos en el compuesto tridente, que significa “tres dientes”, y que designa a una lanza de tres puntas que caracteriza al dios del mar Posidón o Neptuno, dado que se utilizaba como arpón para la pesca. Nada más normal que la divinidad de las aguas y de los mares porte como atributo un tridente, que también es un cetro o símbolo de poder. Los poetas latinos se referían a él con epítetos como: tridentífero, tridentígero, que significan ambos "portador del tridente", o tridentipotente, poderoso gracias al tridente.

Cuando los tres dioses y hermanos se repartieron el poderío del mundo, Zeus se quedó con el cielo, Hades con la tierra y el mundo soterraño, y Posidón con el dominio del mar.   Este último, de hecho, en la disputa por la posesión del Ática  con la hija virgen de Zeus que había nacido de la cabeza del dios, la diosa Atenea,  clava su tridente en la acrópolis y hace surgir una fuente de agua salada del mar como símbolo de su poder y toma de posesión de aquel reino, mientras que la diosa, más sabia, planta un pacífico y fructífero olivo, el primero de la región,  y se lo regala a la ciudad. El resto de los dioses, según unos, o la propia ciudad, según otros, agradecida, juzgan cuál de los dos portentos les merece más aprobación,  y el veredicto de ese juicio designa vencedora a la diosa virgen, concediéndole el patronazgo de aquella comarca. Poco tiempo después se levantará en aquella misma atalaya un templo en mármol blanco resplandeciente dedicado a la diosa Virgen (que en griego se dice párthenos): el Partenón. La diosa, por su parte, cuyo nombre propio en singular era  Atena (o Atenea) le prestará su nombre, en plural, a la ciudad, Atenas, ciudad que, por otra parte, aunque se haya inclinado en este juicio por la agricultura, no rehusará sin embargo abrise al mar y al mundo desde su puerto del Pireo, convertido ya hoy en día en un barrio más de la gran ciudad.
Con el paso del tiempo encontraremos también este tridente en la representación de los demonios y diablos cristianos como atributo satánico. ¿Cómo llegó hasta ahí? Tal vez porque era el símbolo de un dios pagano, es decir, no cristiano, y nada más lógico que caracterizar al anticristo con un atributo de la vieja religión politeísta.  Es por lo tanto un símbolo de poder y de violencia, una suerte de cetro.

Era el tridente o fúscina también el arma del reciario romano (derivado de RETIARIUS y este de RETE, red, quien utilizaba la red para envolver y paralizar a su adversario en la arena), que luchaba contra el mirmidón, armado con la espada, GLADIUS, que da nombre al gladiador. El reciario portaba pues un equipamiento similar al de un pescador: el tridente, a modo de arpón, la red y una daga corta, sus únicas armas tanto para la defensa como para el ataque. El tridente se componía de dos piezas: una vara de madera que constituía el mango,  y el tridente propiamente dicho, tres puntas dentadas de metal. Las representaciones de tridentes en los mosaicos de gladiadores muestran sin embargo tres  puntas simples, sin diente a modo de arpón, de modo que el tridente podía clavarse en las carnes del rival pero no produciría el desgarro típico de un arponazo al retirarlo.


El tridente  es, pues, un instrumento de pesca arrojadizo, cuyo extremo metálico tiene varias espigas punzantes, casi siempre de hierro, rara vez de bronce, generalmente tres, de ahí su nombre tri-dente, engastada en un largo astil de madera que solía ser de olivo, debido a su resistencia y fortaleza. Era útil en la pesca nocturna y especialmente en las pesquerías de atunes, como cuenta Opiano que hacían los tracios en las aguas del Mar Negro. Las embarcaciones faenaban  durante la noche portando lámparas o antorchas encendidas, cuya luz atraía a los peces que se arremolinaban en torno al bote pesquero, que completaba su labor  con redes de cerco útiles para la captura del banco entero de peces, siendo blanco de fácil acierto para la destreza de los arponeros.
Podríamos citar todavía muchas más palabras que han caído en desuso porque las realidades que nombran han quedado obsoletas, y es que en la lengua, que se comporta como un organismo vivo, están entrando y saliendo constantemente palabras, de forma que es imposible hacer un diccionario que las recoja a todas de una vez para siempre. Tal es el caso del dentejón, por ejemplo, que era el yugo propio para uncir los bueyes a la carreta, o el dental, el  palo en que se encajaba la reja del arado, o el trente o la trente, que de ambas maneras se decía (deriva de tridentem) en el ámbito rural de Cantabria, donde designa a un bieldo tredentudo  o palaganchos con tres dientes  de hierro o más, entre muchas otras que ya no dicen nada a las nuevas generaciones, que desconocen las realidades que reflejan esas palabras.  
Un epigrama de Marcial (el setenta y seis del libro I)  nos presenta a una tal Elia, un pseudónimo como siempre hace por delicadeza este autor, una anciana que sólo tenía cuatro dientes (no se conocía todavía la dentadura postiza), y que tras un ataque de tos quedó desdentada.
  Si memini, fuerant tibi quattuor, Aelia, dentes:
      Expulit una duos tussis et una duos.
  Iam secura potes totis tussire diebus:
      Nil istic quod agat tertia tussis habet.
No me resisto a ofrecer la traducción de Argensola de este gracioso epigrama: Cuatro dientes te quedaron, / si bien me acuerdo; mas dos, / Elia, de una tos volaron, / los otros dos de otra tos. / Seguramente toser / puedes ya todos los días, / pues no tiene en tus encías / la tercera tos que hacer.
Como prueba de que seguimos hablando latín sin percatarnos de que esta lengua que hablamos es latín,  un latín degenerado o mal hablado pero completamente reconocible y transparente,  tenemos aquí la denominación de los dientes que componen la dentadura humana:


Incisivo lateral: De INCISIVUS, y este de INCISUS, que es el participio del verbo INCIDO, que significa “cortar”, o hacer una incisión; y de LATUS LATERIS “lado, costado”.
Incisivo central: de CENTRUM –I: que es el centro.
Canino: De CANINUS –A –UM  y este relacionado con CANIS –IS, de donde viene nuestro can, por lo que significa relativo al perro, mordaz, agresivo.
Premolar: Los dientes premolares y molares son los posteriores, en ese orden a los caninos. El prefijo PRE- procede de PRAE- y significa anterior, ya que son anteriores a las muelas.
Molar:  Del adjetivo MOLARIS –E, y este del sustantivo MOLA –AE, la muela de molino, y, por comparación con su forma, el diente molar, e incluso en castellano viejo un cerro escarpado de cima plana. No se pierda de vista el cambio vocálico que le afecta a la o breve y tónica latina, que diptonga en ue en su evolución a la lengua de Castilla, por lo que, MOLAM pasa a muela. Todo ello nos lleva al verbo MOLO, y de ahí a nuestro amolar, moler, moledura, molienda, moliente, molino y remolino. Mención especial en este punto merecen el verbo INMOLAR,  que usamos como sinónimo de sacrificar, dado que los romanos antes de hacer un sacrificio esparcían la “mola” o harina sagrada de trigo tostada y mezclada con sal espolvoreándola sobre el testuz de las víctimas, y la palabra EMOLUMENTO, que usamos con el sentido de remuneración adicional por el desempeño de un cargo o empleo,  y que era propiamente la ganancia del molinero.
Primero: Palabra patrimonial derivada de PRIMARIUS, de donde procede también el cultismo primario.
Segundo: De SECUNDUS –A –UM “siguiente”.
Tercero: Palabra patrimonial derivada de TERTIARIUS, de donde procede también el cultismo terciario.
Muela del juicio: De MOLA –AE y IUDICIUM –I “juicio”. Se denominaban así a las muelas que en la edad adulta nacían en las extremidades de las mandíbulas humanas, y se consideraba que conferían el “juicio” o sensatez a las personas.
A propósito de la dentadura y de la higiene bucal, citaremos, por último, el poema burlesco  XXXIX de Catulo, en versos coliambos o yambos cojitrancos (que cojean a contratiempo en el último pie),  donde ridiculiza a un tal Egnacio que sonríe en cualquier ocasión, incluso en las menos propensas a la risa, y lo hace para mostrar la blancura de sus dientes. Al final se cita una curiosa costumbre de higiene bucal que, según el poeta, practicaban los celtíberos.



Egnacio, porque tiene blancos los dientes,
sonríe a todas horas. Ante el banquillo
de un reo, cuando mueve a llanto el letrado,
él ríe. Cuando rota, frente a la pira,
la madre llora a su hijo único muerto, 
él ríe. Sea lo que sea, doquiera
y haga lo que haga, ríe. Tiene tal vicio,
me consta , no elegante ni de buen gusto.
Por tanto, buen Egnacio, debo advertirte.
Aunque romano o tiburtino o sabino
fueras o austero umbro o grueso toscano
o lanuvino bien moreno y dentado
o traspadano, por citar a los míos,
u otro que limpie bien cualquiera su boca,
me gustaría tú que siempre no rieras:
Nada hay más bobo que una boba sonrisa.
Eres celtíbero: en celtíbera tierra
con lo que cada cual meó al levantarse,
enjuaga dentadura y, roja, la encía;
así que cuanto más deslumbren tus dientes,
pregonarán que más orina tragaste.